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2. Amor real a cada hijo

La clave de las claves: el amor real

Planteando el asunto del modo más hondo y radical posible, las claves de la educación, y de todas las tareas que el educar lleva consigo, se encierran en un solo término: amar (amar ¡bien!), que sería entonces «la clave de las claves», y en los dos corolarios que de ahí se siguen:

1. ¡Aprender a amar!, sin nunca dar por supuesto que uno ya sabe hacerlo, en contra de lo que bastante a menudo nos ocurre.

2. Y sin imaginar tampoco que vamos a lograrlo como por arte de magia, sin poner de nuestra parte cuanto fuere necesario para mejorar personalmente y, como consecuencia, siendo mejores personas, querer cada vez más y mejor.

Las claves de la educación se encierran
en un solo término —amar: amar ¡bien!—
y en los dos corolarios que de ahí se siguen:

1) ¡Aprender a amar!,
sin nunca dar por supuesto que uno ya sabe hacerlo.

2) Y sin imaginar que va a lograrlo
sin un empeño constante por querer cada vez mejor.

Pero ¿a qué tipo de amor nos referimos?

Amor real y auténtico

La primera cosa que los padres necesitan para educar es un amor real a sus hijos: querer efectiva y eficazmente su bien, el de cada hijo, el de cada uno de todos.

Según Courtois, además de «un poco de ciencia y de experiencia», la educación requiere «mucho sentido común y, sobre todo, mucho amor».

Con otras palabras, es preciso dominar algunos principios pedagógicos y obrar con sensatez, con sentido común; pero sin suponer que baste aplicar una bonita teoría para obtener resultados satisfactorios.

Todo ello sería insuficiente sin el elemento indispensable de un amor auténtico y cabal, que sabe descubrir y potenciar, en cada momento, el bien de cada uno de los hijos, lo que en ese instante y circunstancias cada uno de ellos necesita, porque lo hará desarrollarse y crecer como persona.

Educadores profesionales

Cosa que se aplica tanto a los padres como a los educadores de profesión: maestros y profesores.

Así lo sugiere Gómez Antón, catedrático con muchos años de experiencia universitaria.

Cuando le preguntaron por el secreto de su triunfo en las aulas, contestó: «Para dar una buena clase hay que hacer muchas cosas. La primera de ellas, querer mucho a los alumnos», tenerles un amor real.

amor real a cada hijo

Padres y madres

Y lo que se afirma de una clase puede decirse de cualquier labor de instrucción y aún con más propiedad de las tareas estrictamente educativas o de formación:

el conocimiento y la adquisición de virtudes se facilitan enormemente gracias a la relación personal con nuestros alumnos o nuestros hijos;

es decir, cuando nos ponemos íntimamente en juego al tratar con ellos y les dedicamos el tiempo y la atención que cada uno necesite, anteponiéndolos a cualquier otra actividad.

Solo entonces los queremos con un amor real y vigoroso: ¡personal!, que torna también eficaz el quehacer educativo.

Hay que querer mucho, con amor real y auténtico
a quienes pretendemos educar.

Perspicaz

Descubrir la singularidad irrepetible

¿Por qué? Entre otros motivos, porque cada niño es una realidad absolutamente irrepetible, distinta de todas los demás: una persona.

No se trata, ¡nunca!, de un caso entre muchos.

De ahí que ningún manual sea capaz de explicarnos ese presunto caso.

Como consecuencia, hay que aprender a modular los principios a tenor del temperamento, la edad y las circunstancias de cada chico, sabiendo que lo que en este preciso instante puede ser oportuno para uno de ellos, en otro momento y en otra situación ha de evitarse a toda costa incluso con ese mismo hijo.

Ningún ser humano es nunca
un mero caso entre muchos.

Gracias a la clarividencia del amor real

Pero solo el amor real permite conocer a cada hijo tal como es hoy y ahora y actuar en función de ese saber:

Aun concediendo la parte de verdad que encierra el dicho «el amor es ciego», resulta mucho más profundo sostener que el amor es agudo y perspicaz, clarividente.

Y que, tratándose de personas, solo un amor real y auténtico nos capacita para conocerlas con hondura y tratarlas en consecuencia: de manera personal, poniéndose uno mismo en juego como persona.

Solo el amor permite conocer
a cada uno de nuestros hijos
tal como es en cada preciso instante
y actuar con eficacia,
en función de ese conocimiento.

amor real a cada hijo

Concreto

Educar en positivo

De hecho, solo el amor real y concreto enseña a los padres a poner en práctica una de las claves más importantes de toda la educación: lo que ha solido llamarse «educar en positivo».

El principio por excelencia de este tipo de educación consiste en descubrir y, si es necesario, poner por escrito con sus nombres propios, para que queden bien claras y para repasarlas cuantas veces fuere conveniente, las cualidades que posee cada uno de los hijos y conviene potenciar en él, en lugar de fijarse e insistir monótona, reiterada y exclusivamente en la corrección de sus defectos.

Para educar, es imprescindible
conocer bien las cualidades de cada hijo.

Ejemplos

Y, así, es muy oportuno saber cuál de nuestros hijos está más dispuesto a hacer recados o a acompañar y cuidar a un hermano pequeño o a un primo o a los abuelos; a cuál se le dan mejor los arreglos de la casa o a cuál le gusta echar una mano en la cocina.

Y darles la ocasión de ejercitar aquello con lo que disfrutan y con lo que más ayudan al resto de la familia.

De igual modo, el amor real y verdadero llevará a los padres a advertir sin necesidad de excesivo esfuerzo:

La conveniencia de adecuarse al tiempo y al tempo o ritmo de los hijos, sobre todo los de menor edad, sabiendo que estos viven solo en el presente y que no debemos abrumarlos con nuestras preocupaciones por el mañana o con el peso de errores pretéritos: no los entendería y quedarían desconcertados.

La ocasión para jugar con los niños e interesarse por sus problemas sin someterlos a un interrogatorio y la de respetar su necesidad de estar a solas, en intimidad, desarrollando su imaginación y su inteligencia y conociéndose un poco mejor «por dentro».

El momento más adecuado para estar, de forma más o menos activa, y para desaparecer o no darse por enterado, para hablar y para callar.

Las circunstancias en que conviene «soltar cuerda» y «hacerse un poco el tonto», frente a aquellas otras en las que el amor nos llevará a intervenir con decisión e incluso con resuelta viveza y una pizca de agresividad, real o fingida, según lo exija cada caso.

El amor real es clarividente:
permite descubrir en cada circunstancia
lo mejor para la persona amada.

Acompasado

El tiempo de los niños

Lo que se refiere al tiempo es especialmente relevante:

Las prisas y la impaciencia, que tantas veces dominan hoy a los adultos, son el principal enemigo del amor y de la educación.

Si no sabemos entrar en el tiempo de los niños, difícilmente podremos comunicarnos con ellos, y la relación entre padres e hijos quedará truncada.

Si no sabemos entrar en el tiempo de los niños
no podremos comunicarnos ni relacionarnos con ellos.

Un nuevo ejemplo

Pensemos, pongo por caso, en el momento en que nuestros hijos deben irse ya a la cama.

Normalmente, al darles esa indicación, nosotros estamos cargados con el pasado, es decir, con el cansancio de todo un día. Y en nuestra mente se agita y bulle también el futuro: que mañana han de levantarse temprano, para llegar a la escuela.

Pero ellos están simplemente jugando, en el presente, totalmente absortos con lo que hacen.

Si la falta de amor real nos lleva a no darnos cuenta de ese hecho, y les obligamos o instamos sin más a irse a la cama, no entenderán el sentido de nuestra indicación, se resistirán y surgirán problemas.

Es muy conveniente actuar sin prisas, darse el tiempo para conectar con lo que están haciendo y, una vez situados en su misma longitud de onda y en su mundo, hacerles ver, con igual decisión que amabilidad, que es el momento de acostarse y llevarlos cariñosa pero resueltamente, sin vacilaciones, a la cama.

A cada hijo hay que dedicarle el tiempo que necesite:
las prisas son el principal enemigo de la educación.

¡Y personal!

No delegable

¡Importantísimo!: en todo este difícil arte, los padres no pueden delegar en nadie.

No es algo negociable.

El de educar es un derecho-deber al que no cabe renunciar.

Nada de lo anterior se consigue dejando a nuestros hijos en manos de cuidadores especializados, de expertos en educación o de computadoras y programas informáticos avanzadísimos, por más que nos los hayan recomendado y estén a la orden del día.

El padre y la madre

¡No!, nada de lo enunciado es eficaz.

Solo un padre y una madre tienen naturalmente, si saben cultivarla, la capacidad para coronar con éxito la apasionante aventura de educar, a pesar de las múltiples meteduras de pata, desalientos y tropiezos, tan inevitables como poco relevantes cuando tienen lugar en un clima de amor real recíproco entre los cónyuges y de amor común al hijo.

Y, por lo mismo, además del padre y de la madre, pueden intervenir en la educación de nuestros hijos las personas que, queriéndolos de veras, gracias a ese amor real participan de nuestra condición paterna y materna.

En la educación de los hijos,
el padre y la madre son insustituibles.

Conclusión: no se venden padres

Todo lo anterior queda sugerido con gracia la siguiente anécdota.

Un matrimonio muy agobiado por su trabajo profesional buscaba en una tienda de juguetes un regalo para su niño: pedían algo que lo divirtiera, lo mantuviese tranquilo y, sobre todo, le quitara la sensación de estar solo.

Una dependiente avispada y simpática les explicó:

— Lo siento, pero no vendemos padres.

¡No se venden padres!

(Continuará)

Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es