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8. La grandeza del amado y el amor ciego

1. Descubrir la actual riqueza interior del amado

La aguda penetración del amor

Muy lejos de ser ciego, el amor hace ver: resulta en extremo penetrante y agudo, perspicaz, clarividente.

Aunque todos comprendamos lo que afirma el dicho popular al referirse a la ceguera del amor, no es eso lo más cierto que cabe afirmar de él.

Mucho más profundo es sostener lo contrario: su clarividencia.

Hablo de amor auténtico, genuino; no la simple pasión, el capricho o un más o menos disimulado egocentrismo.

Y ese amor real, bien probado, lejos de nublar la vista de la persona que ama, la torna más penetrante y sagaz, más sutil y comprensiva.

Estamos ante una verdad, expresada sucintamente por de la Tour-Chambly con alcance universal:

cuando se ama, la naturaleza deja de ser un enigma.

Pero que resulta todavía más verdadera si se refiere a los seres humanos.

Pues, como sostiene eficaz y gráficamente Alberoni, conjugando con acierto el pasado, el presente y el porvenir, a la vez que lo real y lo solo posible,

el amor nos revela la infinita riqueza de la otra persona. Porque percibimos de ella todo lo que ha sido, todo lo que habría podido ser, todo lo que es ahora y todo lo que podrá ser en el futuro.

El amor hace ver
toda la maravilla del ser amado:
es perspicaz, clarividente.

Intus-legere: entender, «leer desde dentro»

En tales circunstancias, pueden llegar a ser contraproducentes la objetividad y el distanciamiento que tantas veces se reclaman, como salvaguarda del conocimiento auténtico del amado. Pues solo el amor comprometido permite ver las auténticas maravillas y la tremenda dignidad que guarda en su interior cualquier persona, aun la que menos lo aparenta.

La mirada amorosa, que llega a lo más profundo de alma del amado, es el motivo de que solo los enamorados sean capaces de apreciar lo que realmente vale aquel o aquella a quienes van a unirse o se han unido de por vida.

Los que los rodean, los ven solo desde fuera.

Pero los esposos, por acudir al ejemplo más frecuente, se quieren mutuamente con auténtica locura, y esa especie de éxtasis, de salida de sí mismos para introducirse en el ser amado, los torna sagaces, comprensivos y clarividentes.

Como escribe Alice von Hildebrand,

solo los que aman ven;

y los que más claramente ven, más profundamente aman.

Lo mismo sucede con las madres. Cada una de ellas se complace ponderando a su hijo amado como su vida, su todo, su amor, su rey, su cielo, mientras que ninguno de estos calificativos le parece adecuado para el hijo de los vecinos.

Y no es que esté fantaseando, para su pequeño, cualidades que de ningún modo existen en él. Lo que ocurre es que el amor, lúcido y penetrante, le hace descubrir perfecciones reales, que a quien no ama pasan desapercibidas.

grandeza del amado y amor ciego

Únicamente el amor comprometido
permite advertir la íntima dignidad
y la futura plenitud del ser amado.

2. Entrever la plenitud futura del amado

La múltiple perspicacia del amor

¿Amor ciego?

Son ya muchos los que han dejado constancia de esta propiedad del amor, que descubre las riquezas del ser amado y anticipa amablemente su plenitud.

Elijo, entre ellos, el autorizado testimonio de Chesterton:

El amor no es ciego; de ninguna manera está cegado. El amor está atado, y cuanto más atado, menos cegado está.

«Cuanto más atado…»: la razón de esta verdad es que, conforme se intensifican los lazos que nos unen al ser amado, mayor se torna la identificación imprescindible para que el conocimiento se dé y alcance su cenit.

Veamos cómo y por qué, aunque no sea del todo fácil.

Amor ¡sumamente inteligente!

Conocer es, en cierto modo, establecer la identidad entre cognoscente y conocido (en nuestro caso, entre amante y amado).

Convertirnos en la realidad que aprehendemos.

Vivir su vida, si lo amado es una persona real o un personaje de ficción (en tal sentido, resulta sumamente reveladora la identificación con el héroe de una película o la protagonista de una novela).

Y, en el caso de quien ama, hacerse uno con el amado, transformarse en él, sin perder la propia singularidad.

Pues bien, la mayor identidad posible entre dos personas, su mayor y más plena unidad, es la que realiza el amor, que nos saca de nosotros mismos y nos introduce hasta la intimidad del amado; y que, justo por eso, ayuda enormemente a conocer, desde dentro, lo mejor de quien amamos, su plenitud posible.

Conforme se intensifican los lazos positivos con el ser amado,
mayor se torna la identificación imprescindible
para que el conocimiento alcance su plenitud.

Ahondar en el presente

la plenitud del amado, meta del amor

En efecto, el amor interpersonal permite ver en el presente la grandeza de aquel a quien queremos, al tiempo que anticipa su ideal futuro, lo que está llamado a ser.

Como decía, se trata de una propiedad a la que se refieren muchos estudiosos del amor.

Pero quizás nadie lo haya expuesto con tanta finura y delicadeza como Alice von Hildebrand.

Leemos en sus Cartas a una recién casada:

Cuando te enamoraste de Michael, se te dio un gran don: tu amor se deshizo de las apariencias pasadas y te proporcionó una percepción de su verdadero ser, lo que está llamado a ser en el más profundo sentido de la palabra. Descubriste su «nombre secreto».

A los que se aman se les concede el privilegio especial de ver con una increíble intensidad la belleza del que aman, mientras que otros ven simplemente sus actos exteriores, y de modo particular sus errores. En este momento tú ves a Michael con más claridad que cualquier otro ser humano.

Y concluye, resuelta:

La gente suele decir que el amor es ciego. ¡Qué tontería! Como dije antes, lo ciego no es el amor, sino el odio. Solo el amor ve.

Para explicar de inmediato que lo que constituye más propiamente a cualquier persona —su ser más real, cabría decir— es la bondad que hay en ella:

Cuando te enamoraste de Michael, veías tanto lo bueno como lo malo que hay en él, y concluiste con razón que «la bondad que veo es claramente su verdadero ser, la persona que está llamada a ser.

Sé que a pesar de las faltas que desfiguran su personalidad, es básicamente bueno».

(¿O no es ése el juicio implícito en tu última carta cuando decías que «cuando se pone furioso deja de ser él»?).

Date cuenta de que tu juicio no solo implica un simple reconocimiento de las virtudes de Michael, sino también capta sus debilidades e imperfecciones.

Por eso te digo que el amor no es ciego; realmente agudiza la vista.

Nuestras buenas cualidades
nos identifican más y mejor que nuestros defectos.

Y vislumbrar el porvenir, también en concreto

Amar supone, pues, conocer a fondo lo que el ser amado es en el presente y, de manera progresiva, anticipar lo que está llamada a ser, su ideal futuro, su plenitud.

Y ese ideal se tornará más preciso y perfilado conforme mayor y más hondo resulte nuestro amor.

Pues, en efecto, lo que comentaba Ortega a propósito del arte y de la imagen sensible, resulta por completo aplicable a cualquier otro acto de amor y a los contornos más eminentemente espirituales.

Escribe el filósofo español:

Cada fisonomía suscita como en mística fosforescencia su propio, único, exclusivo ideal.

Cuando Rafael dice que él pinta no lo que ve, sino “una certa idea che mi viene in mente”, no se entienda la idea platónica que excluye la diversidad inagotable y multiforme de lo real.

la plenitud del amado, meta del amor

No; cada persona trae al nacer su intransferible ideal.

¡Cuántas veces nos sorprendemos anhelando que nuestro prójimo haga esto o lo otro porque vemos con extraña evidencia que así completaría su personalidad!

Cada fisonomía suscita, como en mística fosforescencia,
su propio, único, exclusivo ideal.

3. Tú, ahora y siempre

En las mismas conclusiones, aunque con matices propios, desemboca la logoterapia, desde una perspectiva teorético-experimental, que es la propia de la psiquiatría:

La plena percepción del tú, provocada por el amor, descubre lo mejor de su ser actual y las posibilidades venideras que en el amado se encierran;

y, además, otorga fuerzas para tender hacia esa plenitud.

Deseo instintivo frente a amor auténtico

Así se advierte en esta larga cita de Frankl, que dividiré en varios fragmentos, anticipando lo que enseña cada uno.

Uno entre tantos

En primer término, a diferencia de lo que sucede con los deseos meramente instintivos, orientados a cualquiera que sea capaz de aplacarlos, el verdadero amor se dirige siempre a una persona concreta, no intercambiable con ninguna otra:

El amor no tiene nada que ver con un compañero anónimo de relaciones instintivas; por ejemplo, un compañero que se puede cambiar a menudo por otra persona que tenga propiedades idénticas.

En el caso del individuo elegido instintivamente no se busca a la persona, sino un tipo […]. El compañero en una relación puramente instintiva (también el compañero en una relación social) es más o menos anónimo.

En cambio, al compañero en una relación de amor verdadero se le trata como una persona, se le considera como un tú».

Tú, solo tú

Desde ese punto de vista, como he sugerido, el amor confirma al ser amado en su plena singularidad: como alguien del todo irrepetible, único y dotado, por tanto, de inmenso valor.

Podríamos decir que amar significa poder decirle “tú” a alguien; pero no solo esto, sino poder decirle también “sí”: esto es, no solo aprehenderlo en toda su esencia, en su individualidad y unicidad, tal como hemos dicho anteriormente, sino aceptarlo en todo lo que vale.

Así pues, no consiste en ver solo el “ser-así-y-no-de-otro modo” de una persona, sino en ver al mismo tiempo su “poder-ser”, esto es, ver no solo lo que realmente es, sino también lo que puede ser o lo que deberá ser.

En otras palabras, citando una hermosa frase de Dostoievski: “Amar significa ver a la otra persona tal como la ha pensado Dios”.

Solo el amor puede descubrir
toda la riqueza del ser amado,
su plenitud presente o futura.

Amor y encuentro personal

Lo mismo se advierte al comparar el simple encuentro, considerado de forma genérica, con el amor, en su acepción más propia.

Tal como lo entiende Frankl, el encuentro se da entre dos personas humanas, tomadas en general, como individuos de la misma especie: dos cualesquiera, indiferenciadas, cabría decir.

Por el contrario, el amor descubre el carácter absolutamente único e irrepetible de la persona amada, que de ningún modo puede ser sustituida. Se dirige, por emplear los mismos términos que Frankl, al amado, precisamente en cuanto tú, inconfundible con ningún otro:

Ahora bien, parece que el amor supone un paso más respecto al encuentro y que no se limita a acoger al semejante en su condición humana, sino además en su unicidad y singularidad o lo que es lo mismo, como persona.

Porque la persona no es un ser humano como los otros, sino diferente de los otros, y en esta diferencia resulta ser algo único y singular.

Y solo cuando el amante acoge al amado en su unicidad y singularidad este se convierte para él en un tú.

El amor no solo acoge al semejante en su condición humana,
sino en su estricta unicidad y singularidad:
como una persona, como un tú único, irrepetible.

la grandeza del amado y el amor ciego

Consecuencias prácticas

El desarrollo personal no es solo cuestión de conocimientos

Todo esto no son teorías más o menos sugerentes, sino verdades fecundas, cargadas de repercusiones prácticas.

Apuntaré una, aplicable al conjunto de quienes, en un sentido u otro, tenemos la función de educar.

Cuando no somos capaces de descubrir los senderos por los que encaminar a las personas a nuestro cargo… Cuando sus defectos toman la delantera sobre sus cualidades, se sobreponen a ellas y nos impiden reconocer la amable realidad de estas últimas… Cuando no sabemos cómo ayudar a quien desearíamos hacer crecer…

En bastantes de estas situaciones, ni el diagnóstico ni la terapia son en exceso complicados.

En el fondo suele esconderse una falta de buen amor.

Y el adecuado tratamiento consiste, entonces, fundamentalmente, en incrementar y purificar nuestro cariño.

El conocimiento es necesario,
pero no suficiente.

Cualquier intento de mejora implica, sobre todo, el buen amor

Sin duda, en algunos casos, habrá que entender algo de pedagogía o de psicología o acudir a los expertos en estas disciplinas. Pero lo que importa, ante todo, es aumentar la intensidad y la categoría de nuestro amor: hacerlo más hondo, más generoso y desprendido.

Por ejemplo, ante una o varias acciones reprobables, habría que vencer el enfado inicial que, sin pretenderlo, distorsiona nuestra percepción.

O, si fuera el caso, eliminar esa especie de afrenta personal, que a menudo experimentamos cuando parece que nos falla un ser querido y, tal vez muy particularmente, un hijo.

Una ofensa que, tantas veces, es consecuencia de un cariño no del todo puro ni desprendido: muy cargado aún de amor propio.

Solo entonces, al mejorar y aumentar nuestro amor, la correspondiente intensificación del alcance y penetración de nuestro conocimiento nos permitirá ver lo que nuestro hijo o amigo necesitan.

Y, además, nuestra visión anticipadora y la fuerza de nuestro amor los impulsarán a avanzar por las vías de su propio progreso, hasta acercarse a su plenitud.

Lo confirma, con la autoridad derivada de sus muchos años de ejercicio profesional como psicóloga y logoterapeuta, Elisabeth Lukas:

En resumen, no son solo las «estrategias» psicológicas las que ayudan, sino que, ante todo, cuenta la «presencia amante» de una persona. […]

Para rescatar a alguien del vacío de valores deben confluir, de forma veraz, dos cosas: un conocimiento suficiente y un corazón abierto.

Bernhard von Clairvaux ya debía de saberlo, en el siglo XII, cuando escribió: «¿Qué haría la educación esmerada sin el amor? Ufanarse. ¿Qué haría el amor sin la educación esmerada? Extraviarse».

Para rescatar a alguien del vacío de valores
deben confluir dos factores:
un conocimiento suficiente y un corazón abierto.

Muy lejos de ser ciego,
el amor es tremendamente perspicaz, clarividente:
solo el amor permite descubrir y valorar
la insondable riqueza del ser amado.

(Continuará)

Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es