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7. La plenitud del amado, meta del amor

Anhelos de plenitud

1. Querer a alguien es siempre querer-que-mejore

El bien real de aquel a quien amamos: su plenitud

La sabiduría popular

Junto al afán incondicional de que viva —que analizamos en los artículos que preceden—, el amor busca que la persona amada sea buena: que viva bien, en el sentido en que utilizaban esta expresión los clásicos griegos, que poco o nada tiene que ver con el actual darse la buena vida.

En efecto, lo más grande que podemos desear a aquel a quien queremos es que alcance la plenitud a la que ha sido llamado.

Y esto, en expresión directa y sencilla, se enuncia con pocas palabras: que seas bueno o buena.

Por eso, más de una vez he oído comentar a personas de prestigio reconocido, con muchos años de estudio de antropología y ética, ideas como la que sigue: «el consejo más profundo que he recibido en mi vida consiste en lo que, llena de cariño, me repetía mi abuela, cuando yo apenas contaba tres o cuatro años: “hijo mío, ¡que seas bueno!”».

la plenitud del amado, meta del amor

Los filósofos consagrados

Aristóteles estaría de acuerdo con los sentimientos de esas ancianas. Para él, el verdadero amor ha de ir acompañado del deseo eficaz de que aquellos a quienes queremos alcancen o se acerquen a su plenitud.

De ahí que rechazara, como falsa y peligrosa, la amistad entre

hombres de mala condición, que se asocian para cosas bajas, y se vuelven malvados al hacerse semejantes unos a otros.

Para añadir: 

En cambio, es buena la amistad entre los buenos, y los hace mejores, conforme aumenta el trato, pues mutuamente se toman como modelo y se corrigen.

Y concluía:

La amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud, porque estos quieren el uno para el otro lo auténticamente bueno.

El amor y la amistad auténticos
quieren que aquellos a quienes aman sean buenos,
que alcancen su plenitud.

No el propio bien

Aquí, los comentarios podrían multiplicarse, en buena parte, por contraste.

Por ejemplo, a la vista de lo que afirma Aristóteles, a bastantes madres y padres habría que recordarles que la verdadera educación impulsa a buscar el auténtico bien de cada hijo.

No, como a menudo sucede, un mero beneficio aparente: que no se sientan mal, o que se sientan bien (en lugar de procurar que sean buenos).

Ni, mucho menos, con pretexto de amor hacia ellos, el supuesto bien o bienestar de uno mismo (del padre o de la madre, en nuestro caso): tranquilidad, libertad de movimientos, autorrealización proyectada, ausencia de preocupaciones, permisivismo…

Y a todos, con independencia de su edad y condición, cabría repetirles que, en sentido propio, no puede hablarse de amigo o amiga auténticos, cuando del trato con esa persona no se deriva, para ambos, una mejora real, que los acerca a su respectiva plenitud.

Como explica Alberoni:

para que haya amor, es preciso que el amante haga germinar posibilidades latentes o contenidas de nuestro ser:

que nos ayude a desarrollarnos y formarnos mejor, acercándonos a nuestra plenitud.

No cabe hablar de amistad cuando del trato entre los amigos
no se deriva, para ambos, una mejora real,
un avance hacia la propia plenitud.

2. Aceptándolo como realmente es, aunque queramos su plenitud

No correr en exceso: las almas, como el buen vino, mejoran con el tiempo

Sin negar nada de lo recién apuntado, me parece aún más imprescindible una puntualización, de enormes repercusiones prácticas, sobre todo, en momentos de dificultad para aquel a quien queremos.

Podría resumirse diciendo que no amamos como es debido, si el deseo de que la persona querida mejore llega, e intenta imponerse, demasiado pronto.

Es decir, visto desde el extremo opuesto: si desde el primer instante no la aceptamos ¡y queremos! tal como efectivamente es, con todos y cada uno de sus defectos, por más destructivos que parezcan y realmente sean.

De otro modo, si pretendemos mejorarla antes de tiempo, esa persona se sentirá rechazada, no querida, y no podremos ayudarla.

Si pretendemos mejorarla antes de tiempo,
esa persona se sentirá rechazada
y no podremos ayudarla.

la plenitud del amado, meta del amor

Para poder amarla «a ella»

Se trata de una verdad particularmente relevante para quienes se empeñan en tareas de promoción de personas en situaciones irregulares o difíciles: hijos abandonados, madres solteras y solas, drogadictos, delincuentes…

Personas que, en ocasiones, han hecho del robo, del engaño, del fraude, una suerte de segunda naturaleza, tal vez porque no han visto ni experimentado otro modo de vivir.

Si, en nuestro afán sincero de ayudarlas, no aceptamos y queremos a esas personas como realmente son, con todos sus dolorosos y lacerantes defectos; si buscamos por encima de todo que cambien, no las estaremos amando a ellas, sino, por decirlo así, a su alias mejorado según nuestras expectativas.

Y difícilmente lograremos el objetivo de socorrerlas y acercarlas a su plenitud.

Al sentirse rechazadas, se encerrarán en sí mismas, haciendo vano cualquier intento de llegar a ellas y ayudarlas a mejorar y salir adelante.

La aceptación incondicional de la persona amada
es el fundamento sobre el que se apoya todo nuestro amor.

3. Ser, para el hombre, es vivir y perfeccionarse: acercarse a su plenitud

Confirmar «dinámicamente» su ser

Prolongación del «sí» originario

Pero volvamos al tema central de esta serie de artículo. Veremos entonces que el afán de ayudar a mejorar a la persona amada, y acercarla a su plenitud, se encuentra siempre unido al amor, pues no representa sino la prolongación natural de lo que se perseguía al decirle que , al confirmar su ser.

¿Por qué motivos?

Sucede con el hombre algo parecido a lo que ocurre en el núcleo renovador de una semilla: que no es algo inerte y estático. Constituye, más bien, una especie de energía concentrada, que tiende a expandirse y a llevar a su plenitud a todos y cada uno de los componentes de la persona.

Con manifestaciones muy concretas

Lo apunta con claridad la biología contemporánea relativa al ser humano.

Desde el mismo instante de la concepción, la criatura recién engendrada toma las riendas de sí misma y, hasta cierto punto, de la madre.

Y, de inmediato, pone en movimiento toda su capacidad de desarrollo, multiplicando sus células, diferenciándolas y organizándolas de una manera que ni el más avanzado de los ordenadores podría conseguir en millones de años.

Después, en cuanto sale del seno materno, todo es también crecer, desarrollarse y diferenciarse: tanto desde el punto de vista biológico, como en lo que atañe a su capacidad de moverse, de sentir, de entender, de querer.

Y el resto de su vida, aunque de forma quizás menos vistosa, consiste o debería consistir en continuar con ese despliegue, hasta acercarse a su plenitud, alcanzando cotas que, en ocasiones, resultan difíciles de predecir.

Piénsese en los gigantes de humanidad a lo largo de la historia: en un Juan Pablo II, en una Teresa de Calcuta o en cualquiera de los grandes artistas o científicos —Fidias, Miguel Ángel, Einstein…—, que han asombrado al mundo con sus descubrimientos.

Esto es lo natural para el ser humano: crecer y desarrollarse, en el sentido más amplio y noble de estos vocablos.

Para el ser humano,
lo natural es crecer y desarrollarse,
hasta alcanzar la propia plenitud.

¡Favorecer su desarrollo, acercarlo a su plenitud!

Voluntad de promoción

De manera que no cabe propiamente querer a nadie, confirmarlo en su ser, sin desear al mismo tiempo que la persona querida progrese más y más. Sin aspirar a que despliegue toda la perfección contenida ya en ella, en cierto modo, desde el momento mismo en que fue engendrada.

En este sentido, Maurice Nédoncelle define el amor como una voluntad de promoción.

Y explica, resumiendo buena parte de lo expuesto hasta ahora:

El yo que ama quiere antes que nada la existencia del tú;

quiere, por decirlo de otra manera, el desarrollo del tú,

y quiere que ese desarrollo autónomo sea (en la medida de lo posible) armonioso por lo que respecta al valor entrevisto por el yo para él.

Con efectos reales

Con lo que se confirma una idea varias veces apuntada: el afán de desarrollo y mejora al que me vengo refiriendo como elemento integrante del amor, no es una veleidad, un deseo vacío e inconsistente, que no obtiene ningún resultado.

Muy al contrario, amar de verdad a alguien lleva siempre consigo el apoyo para que este acreciente su perfección, para que se forme y desarrolle, para que avance hacia su plenitud. Un auxilio que es proporcional a la calidad, intensidad e inteligencia del amor que se le otorga, con la condición de que quien es querido no se oponga frontalmente a ello.

En el próximo artículo veremos, con cierto detalle, cómo y por qué.

Anticipo, de momento, que:

1) el amor permite ver los caminos que el amado debe transitar para alcanzar su plenitud

2) y le otorga fuerzas para avanzar por ellos, sin desfallecer.

No cabe propiamente querer a nadie,
sin procurar que progrese y se desarrolle,
hasta acercarse a su plenitud.

(Continuará)

Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es