No solo respetar, sino ¡fomentar la libertad!
Respetar sería poco.
La libertad humana está llamada a crecer constantemente.
Por eso, una correcta educación se empeña en fomentar la libertad de los educandos y fortalecerla, ayudándoles a que sea cada vez más firme y amplia.
Educar es no solo respetar,
sino fomentar la libertad de los hijos
positiva y constantemente,
de acuerdo con su edad y circunstancias.
Educar y fomentar la libertad: potenciar el amor.
Educar la libertad
En lo que atañe a la libertad, la tarea del educador es triple:
a) Hacer que el educando —en nuestro caso, el hijo— tome conciencia de la naturaleza y del sublime valor de la propia libertad.
b) Enseñarle a ejercerla correctamente, de acuerdo con esa naturaleza y esa valía.
c) Ayudarle a ser capaz de ejercerla de ese modo.
Como iremos viendo,
educar equivale a fomentar
la libertad auténtica, genuina.
Fomentar la libertad
Una «necesidad» relativamente clara
Dicho con palabras más directas y operativas, la tarea del padre-educador consiste en:
♦ fomentar la libertad de cada hijo de manera continua y decidida,
♦ sin miedos ni vacilaciones,
♦ enseñándoles y animándolos a volar lo antes posible
♦ y asumiendo conscientemente el riesgo (y el sufrimiento) que todo lo anterior lleva siempre consigo.
Y esto, por un motivo fundamentalísimo, que de un modo u otro ha estado presente a lo largo de todos estos artículos.
A saber:
♦ porque solo quien es libre puede efectivamente amar,
♦ y solo quien ama de veras se desarrolla y crece como persona y, como consecuencia, es feliz.
Aunque difícil de asumir
Pero no resulta fácil entender a fondo lo que es la libertad y su estrecha relación con el bien y con el amor (una relación que aquí no puedo sino apuntar, pero que en otros lugares he desarrollado de manera amplia y detallada).
De ese desconocimiento de su más honda naturaleza se deriva, en muchos casos, un miedo injustificado a la libertad, que impide fomentarla como es debido y que acaba por convertir a los hijos, cuando pasan los años, en unos eternos adolescentes, con todos los problemas que eso lleva consigo.
No es fácil comprender
que el mayor enemigo de la propia libertad
es el egoísmo, el desordenado amor de sí.
Fomentar la libertad de «desatenderse»
Fomentar la libertad = desarrollar el amor
Aunque no sea ahora el momento de fundamentar esta verdad, en última instancia es verdadera y radicalmente libre quien se libera de la esclavitud del egoísmo:
♦ quien es capaz de querer el bien del otro en cuanto otro, olvidándose de sí;
♦ quien es capaz de amar.
Actúa con libertad
quien supera la esclavitud del propio yo,
las cadenas del egoísmo.
Fomentar la libertad como capacidad de amar
¿Cómo empezar a intuirlo?
Por contraposición a lo que sucede a los animales.
♣ Lo libre se entiende con relativa facilidad al oponerlo a lo necesario y exigido o predeterminado: a lo que no puede hacerse de otro modo.
♣ Y, como los instintos obligan a los animales perseguir el propio bien —determinado por sus instintos—, la libertad se concreta, por contraste, en querer lo que no resulta obligado por nuestros instintos-tendencias: es decir, en lugar del propio bien, el bien del otro, precisamente en cuanto otro.
♣ Y, según Aristóteles, justo en eso consiste el amor:
♦ en querer y buscar el bien del otro, precisamente en cuanto otro;
♦ es decir, en quererlo por él, buscando eficazmente su bien, aquello que lo mejora y lo hace más feliz;
♦ y no por uno mismo, persiguiendo el propio beneficio.
Fomentar la libertad equivale
a promover y desarrollar
la capacidad de amar,
de querer el bien del otro en cuanto otro.
Fomentar la libertad suprema del amor
¿Quién es auténticamente libre?
El que, una vez conocido, hace el bien porque quiere hacerlo, por amor a lo bueno.
Al contrario, va «perdiendo» su libertad quien obra de manera incorrecta, porque, en el fondo, no resulta capaz de querer y hacer lo que querría y debería querer y hacer (lo que querría y debería querer y hacer… si tuviera más conocimiento o más fuerza de voluntad: más y mejor amor, en última instancia).
♦ Un hombre puede quitarse la vida porque es «libre», pero nadie diría que el suicidio lo mejora en cuanto persona o incrementa su libertad.
♦ Incluso aunque pueda comprender los motivos que le han llevado a suicidarse, nadie en sus sanos cabales sostendrá que esa persona ganó realmente algo al quitarse la vida.
Educar en la libertad o fomentar la libertad significa, por tanto, ayudar a distinguir lo que es bueno —para los demás y, como consecuencia, para la propia felicidad—, y animar a realizar las elecciones consiguientes y las acciones oportunas, siempre por amor.
Fomenta la libertad
quien ayuda a distinguir lo bueno
y anima a realizarlo, siempre por amor.
¡Amar la libertad de nuestros hijos!
Fomentar la libertad desde muy pronto
Conceder con prudencia una creciente libertad a los hijos contribuye a hacerlos responsables, capaces de crecer por sí mismos, de amar libremente, de ser mejores personas y, como consecuencia última —o como resultado—, de ser felices y dichosos.
Y eso se empieza a construir desde muy pronto, incluso desde antes del nacimiento de cada hijo:
♦ Cuando, contemplándolo con los ojos del alma en el vientre de la madre,
♦ advertimos que es más hijo de Dios que hijo nuestro
♦ y que nuestra tarea como padres consiste en desaparecer,
♦ olvidándonos de nuestras preferencias,
♦ excepto en la exclusiva medida en que les ayudemos a ellos a avanzar en su camino de crecimiento como personas o, lo que viene a ser lo mismo, en su camino de retorno a Dios.
Para los padres,
fomentar la libertad de sus hijos
consiste en aprender a desaparecer
en beneficio de ellos, de los hijos:
de su desarrollo humano y sobrenatural.
Un aviso fundamental a los padres ¡y a las madres!
Evitar una excesiva dependencia de los hijos respecto a ellos (respecto a sus padres)
Frente a la tan repetida afirmación de que la propia libertad termina donde comienza la de los demás, es mucho más cierto y profundo el convencimiento de que la propia libertad solo crece cuando promueve y fomenta la libertad de los otros.
Por eso, cualquier tipo de dependencia de los hijos respecto a sus padres indica una falta de auténtica capacidad educativa: un excesivo apego al propio yo, que nos roba libertad y redunda en mal de los hijos.
¡Nosotros no contamos!, no deberíamos contar.
♦ Lo que radicalmente importa es el bien real de cada hijo, que solo puede alcanzar ejerciendo su libertad.
♦ De ahí nuestro empeño por promoverla constantemente y mejorarla.
La propia libertad solo crece
cuando sabe fomentar la libertad de los otros.
Fomentar la libertad ¡por amor!
Aprender a confiar en los hijos
Una larga experiencia de educador permitía afirmar a san Josemaría Escrivá:
♦ «Es preferible que [los padres] se dejen engañar alguna vez:
♦ la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan;
♦ en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre».
Cuando no se confía lealmente en los hijos,
fomentando su libertad,
se sentirán movidos a engañarnos.
Educar es fomentar la libertad
Afirmaba en artículos precedentes que el objetivo de toda educación es enseñar a amar.
También puede también decirse, pues en el fondo es lo mismo, que educar es fomentar la libertad.
O, con palabras tal vez más claras, que educar es ir haciendo progresivamente más libre e independiente a quienes tenemos a nuestro cargo (mejor, ayudándoles a que lo sean):
♦ para que sepan valerse cuanto antes por sí mismos,
♦ sean dueños de sus decisiones,
♦ y actúen con plena libertad y total responsabilidad.
Para que sean personas cabales, que se acerquen de manera progresiva a su plenitud.
Educar no es solo respetar,
sino fomentar la libertad de cada hijo positivamente:
procurar que en cada momento
sepa y pueda valerse por sí mismo,
ser dueño de sus decisiones.
Solo entonces será capaz de amar.
Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es