Aceptar incondicionalmente los defectos y limitaciones
La persona que tiene defectos y limitaciones ha de ser amada
sin condiciones:
sus defectos y limitaciones deben ser, ante todo, aceptados.
Aceptación incondicional
En este contexto, aceptación incondicional equivale a incondicionada e incondicionable: nada puede hacerla cambiar.
En el matrimonio
El trato con el propio cónyuge y la educación de los hijos deben estar trenzados con amor: son, en última instancia, manifestaciones fundamentales de amor.
Se dan, por tanto, en las dos esferas los tres momentos o componentes del amor:
1. La confirmación en el ser: ¡es maravilloso que existas!
2. La búsqueda eficaz de la plenitud de la persona querida: te quiero y te quiero feliz y, por tanto, buena.
3. La entrega del propio ser, a través de la que confirmo a la persona amada y provoco su desarrollo:
♦ «Me pongo plenamente a tu servicio para que tú alcances la maravilla de perfección que estás llamado a ser y que mi amor ha descubierto en ti».
En la educación de los hijos
La educación parece más relacionada con el segundo elemento: quien ama de veras a otra persona quiere que esa persona sea buena y feliz.
Pero ¡cuidado!: ese querer solo resultará eficaz si está precedido, acompañado y como arropado por la aceptación incondicional —incondicionada e incondicionable— de aquel a quien queremos ayudar, con todos sus defectos y limitaciones.
No es posible confirmar en el ser a quien se ama —amarlo realmente— si el deseo de que mejore llega y pretende imponerse demasiado pronto, por decirlo con un deje de metáfora e ironía.
Desde el primer instante y siempre —amor ¡incondicional!— hay que aceptar y querer a cada hijo como efectivamente es, hoy y ahora:
♦ con todos y cada uno de sus defectos y limitaciones, por más destructivos que parezcan ser… y efectivamente lo sean.
Querer a una persona supone
aceptarla incondicionalmente tal como es.
Quererlos tal como son, aquí y ahora
No antes de lo debido
Si pretendemos que alguien mejore antes de tiempo, se sentirá rechazado, no querido, porque de veras no lo amamos a él, aunque nos parezca lo contrario.
Como consecuencia, no podremos ayudarlo a desarrollarse.
♦ De especial aplicación con los hijos rebeldes, que pasan de nosotros y del resto de la familia;
♦ que están siempre a la contra;
♦ que viven su vida ¡dentro de nuestro hogar!;
♦ que se niegan con los hechos a estudiar y a trabajar…
Así, precisamente así, debemos quererlos: ¡por más que nos duelan! y precisamente porque nos duelen más.
Sin dar por bueno lo que no lo es
No habría que aclarar que esto no significa que aprobemos su comportamiento:
♦ El rechazo tajante y radical ¡y sereno! de su conducta puede y debe convivir con la plena aceptación de su persona, aún más radical que ese rechazo:
♦ una aceptación sin condiciones y que nada debería condicionar.
Si pretendemos que alguien mejore
antes de haberlo aceptado de manera incondicional,
se sentirá rechazado.
Aceptarlos sin reservas
Quererlos como realmente son
Si en nuestro afán de ayudarlos, no aceptamos a nuestros hijos como realmente son, con todos sus dolorosos y lacerantes defectos y limitaciones.
Si por encima y por «delante» de todo buscamos que cambien, difícilmente lograremos ayudarlos.
En el fondo-fondo, y aunque nos cueste admitirlo, no los queremos a ellos, sino a su alias mejorado según nuestras expectativas.
Un rechazo inadvertido
Al sentirse rechazados, se encerrarán en sí mismos.
¡Y harán vano nuestro intento de llegar hasta ellos, ilustrar su inteligencia, mover su voluntad y ayudarlos a ser mejores personas!
Al contrario, nuestro amor incondicional constituye el mejor motor para su desarrollo: al amor da alas a la persona amada, permitiéndole y animándole a volar más y más alto.
La persona que se sabe y se sienta amada
experimenta por eso mismo
un profundo anhelo de mejora.
Y ayudar a superar esos defectos y limitaciones
Una vez aceptados,
debemos ayudar a quienes queremos
a superar sus defectos y limitaciones,
teniendo bien en cuenta que,
justo por ser defectos y limitaciones,
resultan muy difíciles de vencer.
Perder y ganar
¿Por qué…, por qué…?
La pregunta se impone por sí misma, pero tal vez nunca nos la hayamos planteado expresamente ni hayamos indagado en su respuesta:
♦ ¿Por qué, si está más que comprobado que fomentar cualidades es más estratégico y eficaz que corregir defectos y limitaciones —y quien más quien menos tenemos incluso experiencia propia—, nos empeñamos en centrar casi toda nuestra atención en estos últimos, en los defectos y limitaciones?
Y eso, tanto en la educación de nuestros hijos como en el trato con nuestro cónyuge.
Tres posibles respuestas
1) O es que no estamos tan persuadidos de que lo que acabo de repetir sea verdadero: de que atender a las cualidades y fomentarlas es más «rentable» que afear y corregir los defectos y limitaciones.
2) O es que, si lo admitimos, no sabemos qué hacer con los defectos y limitaciones y esa ignorancia nos desconcierta.
3) O es que, aun estando convencidos e intuyendo la solución, no somos capaces de soportar los defectos y limitaciones de los otros.
¿Por qué nos empeñamos
en recordar y corregir sin tregua
los defectos y limitaciones de nuestros hijos?
Jugando a perdedores
Qué pasa con los defectos
Es obvio que, por su misma naturaleza, los defectos y limitaciones son muy difíciles de superar.
Por tanto, si enfrentamos a nuestros hijos constantemente con sus defectos y limitaciones, los estamos condenando a un fracaso casi continuo, con todas las consecuencias que de ahí se derivan:
♦ baja autoestima,
♦ roces con sus hermanos y con nosotros,
♦ deterioro del ambiente de familia,
♦ problemas escolares y con sus compañeros y amigos, etcétera.
¿Por qué, entonces, lo hacemos?
Los defectos de nuestros hijos saltan a la vista… o al oído… o a la ropa… o a los muebles…
Se desparraman y asientan en derredor nuestro, sin dejar apenas espacio desocupado.
♣ No hay que prestar mucha atención para descubrirlos.
♣ Y además, cuando estamos en nuestras cosas, nos resultan molestos.
♣ Se los corregimos, incluso a gritos, y pensamos que lo estamos haciendo bien, que los estamos educando.
Y qué con las cualidades
Y de las cualidades, sin embargo, no hacemos el menor caso.
¿Que exagero?
♦ Prueba a confeccionar, mentalmente o por escrito, la lista de los defectos y limitaciones de uno de tus hijos.
♦ Basta que recuerdes las veces en que, en los últimos diez días les has dicho algo como:
♦ «eres un desordenado»,
♦ «solo piensas en ti mismo»,
♦ «no se puede contar contigo para nada»,
♦ «nunca escuchas cuando te hablo»,
♦ «jamás me dices lo que haces, con quién sales o adónde vas».
♦ ¿Serías capaz de hacer una lista simétrica de las cualidades:
♦ con nombre propio
♦ o, al menos, con una descripción relativamente pormenorizada?
No me sirve el «pero es muy bueno», porque eso lo son todos y por defecto:
♦ vienen así de fábrica.
Conocemos muy bien los defectos de nuestros hijos;
pero probablemente ignoramos sus cualidades.
Ganar, en tres pasos... o en cuatro
La solución
¿Luego…?
Permíteme un consejo:
1. Reúnete con tu cónyuge y escribe la lista de las cualidades de cada hijo, empezando por el más difícil, el que nunca se está quieto o tranquilo o callado, el que te cae peor.
2. A continuación, con la práctica adquirida, haz otro tanto con los restantes.
3. Pide a tu cónyuge que te recuerde esas cualidades cuando Herodes-aniquila-niños esté a punto de convertirse en tu héroe preferido y pienses que ese hijo o esa hija ¡no tienen remedio!
4. ¡Y ahora viene lo bueno!
♦ De nuevo de acuerdo con tu cónyuge, dispón la dinámica del hogar de modo que cada uno de los miembros de la familia —incluidos vosotros dos— se encuentre con el mayor número de posibilidades de dar lo mejor de sí, desarrollando sus mejores y más destacadas cualidades.
♦ Cuando estas hayan crecido, él mismo o ella misma (también tú o tu cónyuge) se enfrentará con sus defectos y limitaciones y, además, con posibilidades de éxito.
Eficaz, pero exigente
¿Que todo eso exige mucha dedicación, tiempo y empeño?
Por supuesto, ¡quién lo va a negar! Añadiría que incluso más de lo que piensas.
Pero ¿no habíamos quedado en que tu familia era lo más importante?; ¿no estábamos de acuerdo en que era imposible educar a un hijo sin dedicarle todo el tiempo que necesite, sin prisas ni precipitaciones?
¿Os es que eso de que nuestra familia es lo primero se queda solo en teoría, como algo que hay que decir, pero que no influye en nuestra vida?
Conoce las cualidades de tus hijos,
pide a tu cónyuge que te las recuerde,
dispón la marcha del hogar del modo más oportuno
para que puedan desarrollarse.
«Sí, pero con mi cónyuge»
Defectos y cualidades del cónyuge
Todo lo anterior, cambiando lo que haya que cambiar —y esfuérzate en no cambiarlo demasiado— es igualmente eficaz con tu cónyuge.
Prueba ¡y comprueba!
De momento, pues no es lo que principalmente nos ocupa, me limito a copiar una historieta tomada de Ugo Borghello, que me viene ayudando desde hace años:
♦ Narra una fábula que el demonio merodeaba por los barrios con el fin de dividir y arruinar a las familias.
♦ Entraba en una casa bajo la apariencia de un peregrino cansado y, mientras lo atendían se las ingeniaba para hacer a la mujer caer en la cuenta de que el marido la trataba como una esclava, mientras él permanecía tranquilamente sentado, charlando con el huésped, o cosas por el estilo.
♦ Y así proseguía insidiando, hasta que lograba hacer estallar una rabiosa discusión.
Defectos, no; cualidades, sí
♦ Pero un día entró en una casa donde todos sus intentos fracasaron.
♦ Fue él entonces quien se enfadó, y, desesperado, exclamó:
♦ “¿Pero vosotros no discutís nunca?”
♦ “No, porque desde el primer día hicimos un pacto: cada cual deberá fijarse solo en los propios defectos y en los méritos o cualidades del cónyuge”.
♦ Basta reflexionar un poco sobre la anécdota para advertir que quien se comporta de este modo lleva todas las de ganar.
Cada cual deberá fijarse solo en los propios defectos
y en los méritos o cualidades del cónyuge.
Atender a las cualidades,
olvidarse de las limitaciones y defectos.
Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es