¡El bien real del hijo!:
ni solo el bien aparente
ni tampoco nuestro bien,
“disfrazado” como suyo.
Consentirlos y malcriarlos: el bien solo aparente (no el bien real del hijo)
En el seno de la familia
Se malcría a un niño:
♦ Con desproporcionadas, indebidas o muy frecuentes alabanzas.
♦ Con indulgencia y condescendencia respecto a sus antojos.
♦ Con concesiones que contradicen las normas del hogar o una clara indicación previa.
Se lo maleduca también:
♦ Convirtiéndolo a menudo en el centro del interés de todos.
♦ Y dejando que sea él quien determine las decisiones familiares.
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Una confusión frecuente
Aunque no resulte fácil de entender a primera vista, estamos equivocándonos respecto a lo que es el amor auténtico:
♦ En todos estos casos nos olvidamos del bien real del hijo, de lo que le ayuda a crecer y perfeccionarse, es decir, a estar más pendiente de los demás que de sí mismo.
♦ Y nos dejamos llevar por el atractivo de bienes aparentes inmediatos pero falsos:
♣ hacer que se sienta bien (cediendo a un modo muy actual de narcisismo), en lugar de buscar que sea buena persona;
♣ sentirnos bien nosotros mismos, por no llevarle la contraria, pese a que eso sería lo mejor para él;
♣ dejarnos vencer por la comodidad y continuar tranquilamente con nuestras tareas, en lugar de ocuparnos del bien real del hijo.
Se malcría a un hijo cuando se confunden
su bien y sus antojos
o se sustituye el bien real del hijo por nuestro bien.
Cuando “salga” al exterior
Además, un pequeño rodeado de excesiva atención y de concesiones inoportunas, una vez fuera del ámbito de la familia se convertirá:
♦ Si posee un temperamento débil, en una persona tímida e incapaz de desenvolverse por sí misma.
♦ Si, por el contrario, tiene un fuerte temperamento, se transformará en un egoísta, capaz de servirse y aprovecharse de los otros… o de llevárselos por delante (de nuevo el narcisismo, hoy tan frecuente).
Un amor equivocado lleva a malcriar a los hijos.
De ahí la necesidad de aprender a amarlos,
esforzándose por querer eficazmente el bien real del hijo.
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Un pequeño tirano
El bien real del hijo = el de toda la familia
Más aún, también en la propia familia el niño puede transformarse en una especie de tirano, que hace que las demás personas, en particular la madre y el padre, giren a su alrededor.
No deberíamos permitir que nuestros hijos nos manipulen.
♦ Obviamente, por su bien, por cuanto se opone a la dignidad de la persona.
♦ Aunque ellos no son del todo conscientes de lo que hacen, nosotros sí tenemos el deber de advertirlo y evitarlo.
Por el bien real del hijo, de cada uno de ellos,
nunca deberíamos permitir
que un hijo nos manipule.
Poner límites a su ego, buscando el bien real del hijo
Por más que nos cueste, hemos de impedir que entren en una espiral creciente de afirmación absoluta e indiscriminada del propio yo, más difícil de corregir cuanto más tiempo la hayamos permitido.
♦ La educación está compuesta sobre todo de afirmaciones: fomento de cualidades, descubrimiento de nuevos panoramas de desarrollo, ocasiones reales de dar lo mejor de sí, miradas, gestos y palabras de aprobación y aliento…
♦ Pero eso no quita que alguna vez tengamos que plantarnos y decir que «no»: sin dramatismos, sin aspavientos, sin perder el control, pero con firmeza, tan amable e incluso tierna, si fuera preciso, como decidida.
Un «no» tan amable como inamovible
es, en ocasiones,
la mayor manifestación de amor.
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¡Ojo con los caprichos!
Frente a los caprichos de los niños, no se debe ceder:
♦ habrá que esperar a que pase la pataleta,
♦ sin nerviosismos,
♦ manteniendo una actitud serena, casi de desatención,
♦ y, al mismo tiempo, firme.
También, y sobre todo, cuando «nos pongan en evidencia» y «nos hagan quedar mal» delante de otras personas (algo que, sin ser del todo conscientes, nuestros hijos utilizan frecuentemente en nuestra contra cuando advierten que cedemos ante el chantaje).
♦ Nosotros no contamos, no deberíamos contar.
♦ El bien real del hijo debe ir siempre por delante del nuestro.
♦ Ante el bien real del hijo, «lo que piensen los demás» es del todo irrelevante.
Como ya apunté, la atención a los demás, con olvido de uno mismo (en este caso, centrar todo nuestro interés en el bien real del hijo, sin importarnos quedar bien o mal), es la regla por excelencia de la educación y de toda la vida humana.
La entrega a los demás, con olvido de sí,
es la clave de la educación,
de la felicidad
y de toda la vida humana.
Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es