El amor de los padres entre sí
Lo primero y más fundamental que un hijo necesita para ser educado es que sus padres se quieran: el amor de los padres entre sí.
Lo primero, pero solo aparentemente
«Hacemos que no le falte de nada, estamos pendientes hasta de sus menores caprichos, y sin embargo…».
Expresiones como esta las oímos a menudo, proferidas por tantos padres que se vuelcan aparentemente sobre sus hijos:
♣ centros educativos de calidad probada;
♣ complementos diversos a la educación institucionalizada: profesores particulares, idiomas, música, deportes, viajes al extranjero;
♣ alimentos sanos y escogidos, reconstituyentes y vitaminas;
♣ juegos, juguetes y planes más y más sofisticados;
♣ móviles, ordenadores y consolas último modelo, con todos los avances imaginables;
♣ vestidos y demás prendas de marca;
♣ vacaciones junto al mar o en la nieve en los lugares más exóticos, diversiones sin tasa de cantidad, tiempo o precio;
♣ resolución de problemas y gestiones sin apenas dificultad, que deberían realizar los propios hijos;
♣ trasportes en coche de puerta a puerta, cuando sería preferible que tomaran el autobús o fueran a pie;
♣ personas del servicio doméstico a su disposición para atenderles incluso en los detalles más nimios, etc.
Lo primero real
Es decir, de padres que se entregan aparentemente a sus hijos, pero que tal vez sin advertirlo se olvidan de lo más importante que precisan los críos:
♣ que los propios padres se amen y estén unidos: el amor de los padres entre sí.
No es difícil intuir, aunque sea solo por lo que dicta la experiencia:
♣ que cualquier ser humano aprende cómo debe tratar a las restantes personas en el seno de su hogar, en los primeros años de vida;
♣ y que lo asimila, en primer término, observando el modo como sus padres se tratan entre sí (más aún que la manera como lo tratan a él).
Por consiguiente, lo máxima y más radicalmente educativo en cada familia es el amor recíproco de los cónyuges: el amor de los padres entre sí.
No olvidemos lo único radicalmente importante
para la educación y el desarrollo de nuestros hijos:
nuestro amor recíproco de cónyuges.
El mismo y fundamental amor
Amor procreador (el amor de los padres entre sí)
El amor de los padres entre sí es el que ha hecho que los hijos vengan al mundo.
Pero no basta.
El mismo amor y afecto recíproco debe completar la tarea comenzada, ayudando al niño a alcanzar la plenitud y la felicidad a la que por su misma condición de persona está llamado.
El procrear, propio y exclusivo de los seres humanos, se continúa de manera natural e imprescindible en la tarea de educar, también caracterizadora de la vida y la convivencia humanas.
Amor educador (el amor de los padres entre sí)
Con otras palabras: la educación, complemento natural de la procreación, ha de estar movida por las mismas causas que engendraron al hijo: el amor de los padres entre sí.
Hace ya bastantes siglos que se dijo que, al salir del útero materno, donde el líquido amniótico lo protegía y alimentaba, el niño necesita otro útero y otro líquido —metafóricos, pero no menos reales—, sin los que no podría crecer y desarrollarse como persona humana.
♣ A saber, los que suscitan el padre y la madre al quererse de veras: el amor de los padres entre sí.
La educación ha de estar movida
por las mismas causas que dieron origen al hijo:
el amor de los padres entre sí.
Un amor que los hijos perciban
Consecuencia natural del amor que se tienen
Por eso, como fruto natural de su amor recíproco, cada uno de los esposos debe:
a) Mostrar con delicadeza, también para que los hijos lo adviertan, el cariño hacia su marido o su mujer (probablemente nada resulte más gratificante y educativo para un hijo que advertir el amor de sus padres entre sí: ahí, más todavía que en el cariño que le tienen a él o ella, aprenden el hijo o la hija lo que es el amor y cómo debe tratarse a una persona).
b) Además, y como consecuencia, engrandecer la imagen del otro ante los hijos y evitar cuanto pueda hacer disminuir el cariño de estos hacia su cónyuge.
Que los hijos perciben desde muy pronto
Desde que los críos son muy pequeños, sus padres han de manifestar prudente pero claramente su recíproco amor de padres, con actitudes, gestos y palabras:
«Nunca agradeceré lo bastante a mis padres el que se besaran con cariño delante de mí», me comentaba no hace mucho una chica de unos veinticinco años.
Y es que el amor que no entra por los sentidos es como si no existiese.
Desde que los críos son muy pequeños,
sus padres han de manifestar,
prudente pero claramente, el afecto que los une.
Atento también a los detalles relacionados con su amor de padres
Desamor de cónyuges, desamor de padres… y viceversa
Si el amor hacia sus hijos debe prolongar el de los cónyuges entre sí, es lógico que las faltas de amor como padres reflejen los desencuentros como cónyuges y los perjudiquen de las dos maneras: como padres-educadores y como esposos o cónyuges.
Por eso, también en beneficio de la educación de los hijos, sus padres han de prestar atención:
♣ A no hacerse reproches, descalificaciones ni comentarios irónicos delante de ellos.
♣ A no permitir uno lo que el otro prohíbe, y menos estando delante (la descalificación es entonces mucho más explícita y grave, como también el daño que se causa a los hijos).
♦ Por eso, ante cualquier consulta del hijo o la hija, debería salir casi por instinto la pregunta: «¿qué te ha dicho papá o mamá?»
♦ Aunque luego, si opinaran de manera distinta, deban hablar a solas para ponerse de acuerdo, y comunicarlo a los hijos si hubieran cambiado de parecer.
♣ A evitar de plano ciertas aberrantes recomendaciones al niño, que le llevaría a desconfiar del otro cónyuge: «esto no se lo digas a papá o a mamá», «ya sabes que papá (o mamá) tiene sus manías», «no le hagas mucho caso, son cosas de papá (o de mamá)».
♣ Y muchos detalles por el estilo, todos ellos fuera de lugar.
Amor de padres, amor de esposos… ¡y viceversa!
Lo inverso o simétrico también es verdadero: el amor como educadores refleja el que se profesan como esposos y lo refuerza (o lo debilita, si es que falta).
Más aún, puesto que el amor de los padres entre sí es el origen del surgimiento y del desarrollo de los hijos, cada vez que estemos con uno de ellos hemos de intentar por todos los medios comprenderlo, quererlo y tratarlo también con la inteligencia, el corazón y el modo de ser de nuestro cónyuge: pues es a ambos, queriéndose mutuamente, a quien él o ella necesitan.
Cada vez que estemos con uno de nuestros hijos,
hemos de procurar comprenderlo, quererlo y tratarlo
también con la inteligencia y el corazón de nuestro cónyuge.
En efecto, el amor de los padres entre sí constituye el principal e ineludible motor para el correcto desarrollo de cada hijo.
El amor de los padres entre sí
es el principal motor de la educación de los hijos.
Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es