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9. Lo bueno y lo malo: formar la conciencia

Es preciso que los hijos formen su conciencia,
aprendiendo a distinguir
claramente lo bueno y lo malo.

Enseñar a distinguir lo bueno y lo malo y a actuar en consecuencia

En nuestra sociedad, los niños son repetidamente bombardeados por un conjunto de eslóganes y de frases que transmiten presuntos “ideales”, no siempre acordes con una visión adecuada del ser humano y, por lo mismo, incapaces de hacerlos felices.

Sobre todo cuando van creciendo, la solución no estriba en implantar un régimen policial, compuesto de controles y de castigos, sino en lo que suele conocerse como formar la conciencia, que se encuentra muy ligado a la educación de la libertad.

Es preciso educar la libertad,
no limitarla o suprimirla.

Una conciencia bien formada

Con otras palabras:

Importa mucho que los hijos interioricen y hagan propios los criterios correctos, que formen su conciencia, aprendiendo a distinguir claramente lo bueno y lo malo.

Y que tengan la fuerza de voluntad y las virtudes imprescindibles para hacer lo bueno y evitar lo malo, aunque les resulte molesto o costoso o tengan que actuar contra corriente respecto a sus amigos y compañeros.

Además, han de llegar a querer hacer lo bueno porque es bueno y a evitar lo malo porque es malo.

Conviene ayudar a nuestros hijos
a reconocer lo que es bueno y lo que es malo
y a quererlo o evitarlo por los motivos adecuados.

lo bueno y lo malo

Evitar lo malo porque es malo y querer lo bueno porque es bueno

Con otras palabras: no basta con que aprendan a distinguir lo bueno y lo malo y a querer lo primero y evitar lo segundo.

Es preciso, por decirlo así, que lo quieran libremente, entendiendo esta expresión como enseguida explicaré.

De poco serviría, por ejemplo, que obedecieran nuestras indicaciones, trataran bien a sus hermanos o se abstuvieran de mentir, movidos solo por un impulso externo, como, pongo por caso, porque nosotros se lo repetimos y mientras estamos presentes.

Y menos todavía si dejaran de hacerlo cuando no existe una orden nuestra en ese sentido o, peor aún, cuando —habiendo dejado bien claro cómo deben comportarse— salimos de casa y no los estamos vigilando.

El motivo por el que quieren lo bueno o evitan lo malo es la clave para determinar hasta qué punto pueden considerarse formados y maduros o, lo que viene a ser lo mismo, en qué medida han desarrollado rectamente su libertad.

Poco a poco han de ir aprendiendo a:

Evitar todo lo malo por ser malo (ese es el primer paso, aunque no el más importante).

Querer y realizar lo que es bueno, precisamente por serlo (que es la clave afirmativa de la auténtica moral).

Que actúen movidos por su propio criterio,
no por un impulso o una amenaza venidos de fuera.

Evitar lo malo por ser malo

Por ejemplo:

Deben saber que pelearse entre sí, hacer daño a un hermano, hablarse con desprecio, dejar en ridículo a alguien, mentir para evitar un castigo, quitar dinero a otra persona o burlarse de ella, son acciones malas. 

Además, han de saber por qué cada uno de esos actos es malo y no debe realizarse.

Por fin, han de ser capaces de omitirlo por el hecho de que es malo, con independencia de que estemos o no delante o incluso de que alguien vaya a enterarse o no.

Enseñarles a evitar lo malo
por el único y radical motivo de que «es» malo.

Querer y hacer lo bueno por ser bueno

Y lo mismo con las acciones buenas, como ayudar a quienes tienen a su lado, atender a quien habla, tratar con consideración a sus abuelos y a los demás componentes de la familia o del servicio doméstico, etc.

Han de saber que están bien y el motivo por el que cada uno de esos actos es bueno.

Y han de ser capaces de llevarlo a cabo por el «simple y sublime» motivo de que es bueno y no por las consecuencias que llevaría consigo si alguien lo conociera.

Enseñarles a querer y hacer lo bueno
por ser bueno.

lo bueno y lo malo
lo bueno y lo malo

El atractivo de lo bueno y el gozo de una vida bien vivida

Todo el acento en lo bueno

En la práctica, para enseñarles a obrar correctamente no basta con que nosotros les digamos: «¡Esto no está bien!» o, menos todavía, «¡Esto no me gusta!».

Se corre el riesgo de transformar la moral en un conjunto de prohibiciones absurdas y sin sentido, arbitrarias y carentes de fundamento.

Por el contrario, es muy importante «educar en positivo», como ya sugerí, poniendo todo el acento en lo bueno.

Con otras palabras, y como explicaré enseguida, se trata de hacerles ver y querer la belleza y la humanidad de la virtud alegre y serena, desenvuelta y sin inhibiciones.

Poco a poco, debemos conseguir
que nuestros hijos aprecien y quieran
la belleza de la virtud alegre y serena,
desenvuelta y sin complejos.

La gran aventura de hacer el bien

De manera progresiva, hemos de lograr que nuestros hijos perciban que vivir bien resulta mucho más atractivo y gozoso que obrar mal, haciendo lo que se les antoja; y conseguirlo aun cuando una mirada superficial, amplificada en muchos casos por la cultura hoy predominante, lleve de entrada a pensar lo contrario.

Y, previamente, debemos estar nosotros mismos convencidos de lo que pretendemos transmitirles.

Para lograrlo, hay que esforzarse por vivir la propia vida, con todos sus gozos y contrariedades, como una entusiasta aventura que vale la pena componer cada día.

De ese modo, al descubrir la hermosura y la maravilla de obrar bien, el niño se sentirá atraído y estimulado para actuar de forma adecuada: para amar, desear y hacer lo bueno, y para rechazar lo malo.

Es imprescindible que nuestros hijos perciban
la hermosura y la maravilla de hacer el bien.

lo bueno y lo malo
lo bueno y lo malo

Transmitir la belleza de lo bueno

Instruir deleitando

En Le crime de Sylvestre Bonnard, Anatole France dejó escrito:

«Solamente se instruye deleitando».

Y explicaba a renglón seguido:

«El arte de enseñar no es sino el arte de despertar la curiosidad de los jóvenes espíritus para satisfacerla inmediatamente; la curiosidad no es viva más que en las almas felices.

Los conocimientos que se hacen entrar a la fuerza en las inteligencias la ocluyen y ahogan. 

Para digerir el saber, es preciso haberlo engullido con apetito».

«Para digerir el saber,
es preciso haberlo engullido con apetito».

Por qué hacemos lo que hacemos

Además, interesa hacer comprender a nuestros hijos lo decisiva que es la intención para determinar si un acto es bueno o malo, y ayudarles a preguntarse el porqué de un determinado comportamiento.

A tenor de sus respuestas, cuando se trate de una acción mala, se les ayudará a ver la posible injusticia, envidia, soberbia, etc., que los ha motivado.

La intención es decisiva
para determinar si un acto es bueno o malo.

Lo bueno como criterio último y definitivo

El sentido del pecado y el “complejo de culpa”

El denominado complejo de culpa, es decir, la obscura y angustiosa sensación de haberse equivocado, acompañada de miedo o de vergüenza, nace justo de la falta de un valiente y sereno examen de la calidad moral de nuestros actos y de la consiguiente petición de perdón.

Por el contrario, como muestran también los psiquiatras más competentes, es necesario y sano el sentido del pecado y el arrepentimiento que de ahí se deriva.

La clara percepción de las propias concesiones y faltas, con las que hemos vuelto las espaldas a Dios, provoca un remordimiento que activa y multiplica las fuerzas para buscar de nuevo el amor que perdona.

Incluso psicológicamente,
es muy oportuno que nuestros hijos reconozcan
que a veces actúan mal,
con más o menos conciencia.

Un Dios que perdona… ¡siempre!

Con cierta frecuencia, conviene recordar a nuestros hijos este pensamiento de Gilson:

«El Dios del cristianismo no es solo un juez que perdona; es un juez que puede perdonar porque es primero un médico que cura».

También ayuda a formar la conciencia comentar con el niño la bondad o maldad de los hechos de los que tenemos noticia, ya se trate de situaciones cercanas a nosotros, ya de algo conocido a través de los medios de comunicación.

Resulta asimismo oportuno sugerirle la práctica del examen de conciencia personal al término del día, acaso ayudándole en los primeros pasos a hacerse las preguntas adecuadas.

La intención es decisiva
para determinar si un acto es bueno o malo.

lo bueno y lo malo

Fomentar la libertad de los hijos

A medida que crece, hay que dejarle tomar con mayor libertad y responsabilidad sus propias decisiones, diciéndole como mucho:

«Yo, de ti, lo haría de este o aquel modo» y, en su caso, explicándole brevemente el porqué.

Fomentar progresivamente la libertad de los hijos no solo les ayuda a tener una conciencia recta, sino que es imprescindible para lograrlo.

Por consiguiente, en bastantes ocasiones y a partir de determinada edad, hay que negarse a decidir por ellos.

De ordinario, a partir de determinada edad,
debemos negarnos a decidir por nuestros hijos.

¿Por qué?

Porque les impediríamos hacerse cargo de sus propios actos y les daríamos, al mismo tiempo, la oportunidad de cargarnos con la responsabilidad de sus fracasos, en el caso de que estos llegaran a producirse.

Al contrario, acostumbrarse a soportar y superar las frustraciones que la vida lleva consigo es uno de los componentes relevantes de una personalidad madura.

Hay que conceder a cada hijo, en cada momento,
toda la libertad que sea capaz de gestionar.

(Continuará)

Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es