Defectos, limitaciones y diferencias
En el conjunto de la vida familiar
Distinguir adecuadamente entre defectos, limitaciones y diferencias es de capital importancia para la educación de los hijos y para un correcto desarrollo de la vida conyugal.
Se trata de algo relativamente fácil de entender y aceptar, aunque bastante más difícil de vivir.
Pero su importancia en la práctica es tanta que puede determinar el éxito o el fracaso de toda la vida en familia y, muy particularmente, del matrimonio.
Compensa, entonces, que dediquemos unos minutos a comprender esa distinción y a reflexionar sobre ella.
Fácil de entender y aceptar,
más difícil de vivir,
y con una importancia que no cabría exagerar.
En la educación de los hijos
En la educación de nuestros hijos resulta imprescindible aceptar a cada uno tal como es, con sus diferencias respecto a los demás, sus limitaciones y sus defectos.
Distinguir entre estas tres realidades, y adoptar con cada una la actitud y el comportamiento adecuados condiciona tremendamente el clima del hogar y el crecimiento y desarrollo de quienes lo integran.
Hay que aceptar y querer a cada hijo tal como es,
con sus defectos, limitaciones y diferencias.
Defectos ≠ limitaciones ≠ diferencias
En el seno del matrimonio y en la educación de los hijos
es fundamental distinguir claramente
entre defectos, limitaciones y diferencias . . .
y obrar en consecuencia.
Diferentes, también en nuestros defectos
Fácil de decir y entender, pero difícil de poner en práctica
Si nos tomáramos en serio la tan repetida afirmación de que cada persona es única e irrepetible, habríamos de concluir, en primer término, que todos (cada uno de todos) somos realmente diferentes a todos (cada uno de todos) los demás.
Y diferentes en todo, también en nuestros defectos, en nuestras limitaciones ¡y en nuestras diferencias!
Pero una cosa es saberlo y otra vivirlo.
♦ Y otra, mucho más difícil, vivirlo con nuestros hijos.
♦ Y mucho más complicado aún vivirlo con nuestro cónyuge, que es con quien más lo tenemos que vivir.
¡Nos molestan!
Y es que los defectos nos molestan, las limitaciones nos molestan y también las diferencias nos molestan.
Y, como nos molestan, tendemos a meterlos en el mismo saco: el de los defectos, que es necesario corregir; obviamente, por su bien (el de nuestros hijos y nuestro cónyuge), ¡no faltaría más!
Existe una tendencia bastante generalizada a tratar
las diferencias y las limitaciones como defectos,
que deben ser corregidos.
Distingamos
Si aprendemos a distinguir entre estas tres realidades, nos ahorraremos muchos disgustos y bastantes problemas.
Diferencias
Las diferencias, sin más, no son defectos, por más que nos cueste convivir con ellas.
(Puede tratarse de diferencias de temperamento o modo de ser, cada una con sus ventajas y sus inconvenientes: más locuaz o más callado; más reflexivo e incluso un tanto dubitativo, más rápido para tomar decisiones… O de diferencias adquiridas con la costumbre y con la propia biografía: desde acostumbrarse a dormir con las ventanas abiertas o cerradas hasta desayunar o cenar de manera más frugal o más copiosa… Insisto: cada una tiene ventajas e inconvenientes… lo mismo que su contraria).
Cada persona es como es, única e irrepetible. E incomparable e insustituible, no lo olvidemos.
Y solo siéndolo a fondo podrá llegar a ser quien está llamada a ser: su mejor versión, como suele decirse.
Pero, en cualquier caso, la suya ¡solo la suya!:
♦ diferente a cualquier otra mejor versión, incluyendo la que nosotros desearíamos para él o para ella,
♦ la que nos gustaría,
♦ la que nos evitaría problemas o incomodidades, etcétera.
Consecuencia práctica en educación:
Si hemos educado igual a todos nuestros hijos,
al menos a todos menos uno los hemos educado . . . ¡mal!
Limitaciones
En abstracto, admitimos sin dificultad que todos somos limitados. Y también que hay que contar con las limitaciones propias y ajenas.
(No a todos se nos dan bien las matemáticas, pongamos por caso, ni todos gozamos de buen oído musical o de facilidad para aprender idiomas… Son limitaciones, que deberíamos asumir sin más problema, cada uno las propias).
♦ Mucho más nos cuesta, en el día a día, aceptar las limitaciones de quienes conviven con nosotros, particulares y concretas ¡y cercanas!
♦ Y muchísimo más si nosotros no las tenemos.
♦ ¡Y no quiero contarte si se trata de algo que se nos da bien o incluso muy bien: que nos sale solo!
Simplemente, «no podemos comprender como él o ella no son capaces de poner por obra algo tan sencillo…».
♦ Sencillo… ¡para nosotros!, como nos quedará claro en cuanto pensemos un poco.
♦ No necesariamente para los demás.
♦ Los demás son ¡diferentes!
♦ ¡Y nadie está obligado a ser perfecto!
Ninguno de nuestros hijos
tiene el deber de ser perfecto:
no le pidamos lo que no nos puede (ni debe) dar.
Defectos
Hasta aquí las limitaciones y las diferencias.
Los defectos van por otro lado.
Ante todo, dejemos claro lo que es realmente un defecto.
No es un defecto
Ya hemos visto que un defecto no es «lo que nos molesta y porque nos molesta», aunque normalmente los defectos nos molesten, como también las limitaciones y las diferencias.
Ni es una simple limitación ni, menos, una diferencia.
Sí es un defecto
En sentido propio, un defecto es algo que hace daño a quien lo tiene porque perjudica también a quienes lo rodean, y viceversa.
(Una persona chismosa, que siempre está hurgando en la vida de los demás, tiene que luchas por superar ese defecto; como debe procurar vencerlo quien se deja vencer por la pereza, incluso en cuestiones relevantes para el ejercicio de su profesión o la vida en familia; y algo parecido sucede con quien es un «metomentodo», incapaz de escuchar, apresurándose a interrumpir y dar su parecer, sin que venga al caso ni nadie lo haya pedido).
Lo que le impide desarrollarse como persona, porque lo hace también más difícil para quienes conviven con él.
♦ Eso y solo eso.
♦ Nada tiene que ver con que nos moleste… aunque nos moleste.
En sentido propio, un defecto es algo
que hace daño a quien lo tiene,
porque también perjudica a quienes lo rodean.
Seamos coherentes
Aunque cueste, ¡y vaya si cuesta!, las conclusiones son claras.
1. Las diferencias hay que amarlas y promoverlas, por más que nos puedan fastidiar.
2. Las limitaciones hay que tenerlas en cuenta, para no pedir a alguien lo que no puede dar y, sobre todo, para ignorarlas y centrar nuestra atención en sus cualidades y fortalezas, que es lo que debemos promover.
3. ¿Y los defectos?
Vayamos por partes.
♦ A la persona hay que quererla con sus defectos y disponernos amablemente, y con suma paciencia, a ayudarle a superarlos ¡sobre todo a través de nuestro amor!
♦ Y saber y considerar, aunque sea obvio, que a cada uno/a nos cuesta superar los propios defectos, no los de los demás.
Es obvio, pero conviene pensarlo
con calma al menos una vez:
a cada uno nos cuesta superar
nuestros propios defectos,
no los de los demás.
Seamos aún más coherentes
Lo expreso adrede con tono más provocativo y cercano a la vida vivida, en el matrimonio y en la familia:
1. Diferencias
Las diferencias de mi cónyuge o de cada uno de mis hijos no solo debo respetarlas, sino, en el sentido más fuerte de la expresión, venerarlas y promoverlas con todas las fuerzas y los medios a mi alcance, me molesten o me agraden.
♦ Solo entonces puedo decir que los quiero de veras, que los quiero bien, que quiero su bien.
♦ De lo contrario, les estoy negando la capacidad de crecer como personas, como esa persona única que cada uno es (ninguna persona puede crecer como persona sino desarrollando su propio modo de ser, no otro).
♦ Y, por consiguiente, la de ser felices.
2. Limitaciones
Las limitaciones son algo con lo que tengo que contar y que debo aprender a respetar.
♦ Es absurdo, y fuente de frustraciones, que pida a alguien lo que no puede darme, por más que a mí me resulte facilísimo y no consiga entender cómo él o ella son incapaces de realizarlo.
3. Defectos
¿Y los defectos? A sabiendas de que voy a provocar escándalo, me lanzo a sentenciar:
♦ Los defectos han de llegar a producirnos ternura.
♦ No solo los de los hijos, sino también los del cónyuge.
♦ Sí: también los del cónyuge.
♦ Repito: ¡también los del cónyuge!
Pero este es un tema que no puedo ni debo tratar aquí, pero que estudiaremos con detalle en el siguiente artículo.
Los defectos del cónyuge y los de los hijos
tienen que llegar a producirnos ternura.
Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es