1. Los amores y el amor
¿Preparados para el matrimonio?
«Nos queremos, somos adultos, ganamos lo bastante para ser independientes…; ¿qué más necesitamos para casarnos?»
Ante quienes así razonan, habría que comenzar por averiguar lo que entienden por quererse.
Y es que la palabra amor ha revestido a lo largo de la historia significados múltiples, variados y a menudo contrapuestos.
La palabra «amor» goza
de significados múltiples
e incompatibles entre sí.
Distintos amores, con caracteres también diversos
Un somero vistazo a la literatura o a la filosofía occidentales basta para comprobarlo.
El eros de los griegos clásicos, el amor cortés de los medievales, la pasión romántica, el amor de donación tan ensalzado en la segunda mitad del pasado siglo, poseen en común el nombre y algunos caracteres más, pero se alejan y enfrentan en otros aspectos, incluso fundamentales.
Se contraponen, por ejemplo:
♣ en la actitud de fondo que reclaman de sus protagonistas;
♣ en la presunta intensidad con que los implica en su relación recíproca;
♣ en el modo de concebir y tratar a la mujer y al varón;
♣ en su índole fugaz o permanente;
♣ en la proporción en que intervienen los elementos corpóreos, emotivos y espirituales;
♣ en la aceptación o no de las responsabilidades que todo lo anterior lleva consigo…
Los diversos “amores” poseen en común el nombre,
pero se oponen en múltiples aspectos,
incluso fundamentales.
Los amores, hoy
El lado positivo
En la actualidad, el término amor es uno de los más utilizados, pero también de los más confusos, devaluados y prostituidos.
Se abusa mucho de él.
Algunos lo han depurado de connotaciones en otro tiempo irrenunciables, como las de tipo económico, político o social —los célebres matrimonios de conveniencia—, alzándolo así a realizaciones sublimes, antes desconocidas.
Es justo dejar constancia de este hecho, eminentemente positivo.
La concepción contemporánea del amor
excluye algunos componentes desfasados y espurios.
Los aspectos menos claros
Pero en nuestra cultura lucha por imponerse una tendencia en la que priman sobre todo las manifestaciones físicas o emocionales, la afirmación individualista del propio yo o el placer, e incluso las formas de amar desviadas, controvertidas y polémicas.
Más aún, estas últimas tienden a adquirir carta de ciudadanía y a tomar la delantera sobre otra manera de amar, quizá menos vistosa pero más sólida.
♣ Se habla, por ejemplo, de amor entre novios o esposos.
♣ Pero se otorga el mismo rango al amor libre, al homosexual, al poliamor o a expresiones entre las que destaca la de hacer el amor.
♦ Un modo de decir que en otro tiempo tenía un sentido correcto, cercano al de cortejar o hacer la corte, pero que hoy, degradado y reducido con frecuencia a pura fisiología con un leve toque sentimental, se convierte en una triste mueca del amar verdadero, en un poco claro y efímero jugar a quererse.
En la actualidad tiende a equipararse el querer auténtico
con modalidades que se alejan de su verdadera naturaleza.
La conclusión
Por eso es oportuno que quien divisa en su horizonte la posibilidad del matrimonio reflexione antes que nada sobre la auténtica naturaleza del amor humano, sobre su nobleza y sus exigencias.
Y que advierta también el vigor y la fuerza que el amar adquiere cuando se torna definitivo mediante el compromiso voluntario, firme y estable entre un varón y una mujer.
Es difícil que el matrimonio se sostenga
sobre un modo de amar endeble o inauténtico.
2. El amor romántico
Su grandeza
Distintos pero convergentes
Cada ser humano posee una biografía original y exclusiva, imposible de encorsetar en esquemas preconcebidos; y el entrecruzarse de dos existencias a través de un mismo querer se reviste de una singularidad aún más acentuada.
No obstante, cabe bosquejar una suerte de paralelismo o de convergencia entre bastantes de las personas que se encaminan al matrimonio.
Notas que en cada caso se tiñen de matices y tonos intransferibles y que no tienen por qué darse siempre y en todos, pero suficientes para apuntar un sendero común que muchos sí transitan, aunque cada uno lo haga de manera peculiar y propia.
Existen ciertas realidades
de las que participan
bastantes de los candidatos al matrimonio.
Imparable y omniabarcante
Entre esos aspectos comunes cabría situar el inicio de las relaciones, lo que todavía hoy se conoce como enamorarse.
Suele surgir el enamoramiento como un tipo de amar sentimental, un modo de amar estético y afectivo o de simpatía.
Un tipo de atracción física unida a un interés por la persona concreta de distinto sexo cuyas maravillas comienzan a vislumbrarse, y que, cuando resulta correspondido, despierta en los implicados un afán casi irresistible de verse y hablarse de nuevo, de saber más del otro, de relacionarse.
Y esto es solo el inicio.
Si la relación prosigue, a medida que el trato crece se vislumbra o entrevé de ordinario una sintonía de caracteres, que aumenta el mutuo deseo de saber más y de estar junto al otro.
♣ La persona que nos enamora ocupa todo nuestro horizonte intelectual y afectivo:
♦ Difícilmente podemos pensar en algo distinto que en estar con ella ni sentir otra cosa que su recuerdo.
♦ Leemos y releemos los mensajes intercambiados y ya sabidos de memoria.
♦ Acudimos presurosos a las citas y buscamos las casualidades —rodeos a veces de varios kilómetros— para vernos una vez más, aunque solo sea unos minutos.
♦ Las despedidas se hacen más y más costosas, y solo cobran sentido porque nos acercan al próximo encuentro…
Los enamorados
no pueden estar
el uno sin la otra y viceversa.
Arrebatador y “extático”
Vivimos más en el otro que en nosotros mismos: es la persona amada quien otorga sentido a todo aquello que hacemos y con lo que nos relacionamos.
Como escribe Buttiglione, el enamorado experimenta una especie de desplazamiento afectivo, de deslizamiento del centro de gravedad, de éxtasis o salida de sí:
♦ Antes «yo» significaba, en primer lugar y casi exclusivamente, el propio cuerpo físico, comprendido como centro de intereses y acciones.
♦ Por el contrario, quien se enamora desea estar junto a aquel que ama de modo tal que el centro de la propia existencia se hace reposar en esa cercanía.
El enamorado vive más
junto a la persona amada
que en sí mismo.
Espontáneo y no buscado
Pero hay más. El amor sentimental resulta sumamente gratificante y embriagador porque apenas exige esfuerzo.
Brota y se despliega de una manera espontánea, involuntaria, en absoluto planeada o premeditada y ni tan siquiera prevista.
Nadie decide enamorarse de una persona.
Más bien, sin saber bien cómo y por qué, muchas veces tras un solo encuentro, tras un roce más o menos circunstancial o tras un dilatado período de trato relativamente anodino, empieza a sentir afecto, ternura, interés y desemboca en el entusiasmo por ella.
Y no solo a causa de sus aspectos atrayentes o agradables, sean estos físicos, de temperamento y carácter o propiamente espirituales. Sino también por una suerte de complementariedad, de empatía o de alquimia, que empuja irresistiblemente hacia el otro.
Los enamorados parecen arrastrados por el amor recíproco,
sin que tengan que poner nada de su parte.
Aparentemente insuperable
Se diría que no cabe ir más lejos ni en amor ni en satisfacción ni en júbilo.
Mientras dura el impacto inicial, la alegría, la impresión de crecimiento, de estar a punto de estallar, de flotar por encima de las nubes, las experimenta el enamorado sin poner mucho ni poco de su parte, como arrebatado por la pasión que suscita en él quien lo cautiva.
De ahí que este modo de amar, llamado muchas veces pasional, se conciba a menudo como el más sublime, como el “no va más” de los amores.
No creeríamos a quien insinuara que resulta posible subir más alto, elevarse a cotas mayores.
Todo indica que estamos ante el tipo de amor más elevado,
imposible de superar.
Sus límites
Se “puede” superar
Y, sin embargo, se puede.
El amor pasional es vivido de ordinario con gran fuerza y resonancia interiores. Pero no suele alzarse por encima del plano impulsivo y emotivo, de los «instintos» y sentimientos.
Y la experiencia no tarda en demostrar que esta esfera se encuentra sujeta a multitud de factores mudables e inconstantes:
♣ estados de humor y de salud;
♣ percepción no siempre veraz del aprecio o de la falta de interés por parte de la pareja;
♣ problemas personales que se proyectan sobre el otro;
♣ celos, suspicacias, temores de perder lo que tanto nos contenta, etc.
Se trata de un afecto limitado e imperfecto, no todavía del amor en su acepción más plena.
El amor pasional
no suele trascender el plano impulsivo y emotivo,
de los “instintos” y sentimientos.
Se “debe” superar
Por consiguiente, aunque en los momentos de exaltación nos parezca innecesario y utópico, el afecto inicial debe madurar y desarrollarse.
No es bueno ni deseable que desaparezca, pero sí que se convierta en elemento permanente de un amor todavía más firme, decisivo y gratificador (en el que se engloba y al que en cierto modo se subordina).
De lo contrario, por más que nos resulte impensable, acabará por transformarse en un estorbo para el auténtico y definitivo querer o, simplemente, por esfumarse, pasado el inicial período de euforia.
E incluso podría hacer surgir la convicción de que el amor es poco más que una palabra embaucadora, que pretende dar vida a una realidad inexistente.
El enamoramiento está llamado no a desaparecer,
sino a incluirse en el más auténtico y profundo amor.
El porqué de su atractivo
En cualquier caso, el espejismo del amor romántico insuperable, la ilusión de haber tocado techo y llegado hasta la cumbre, la incredulidad ante quien nos insinúa que todavía no hemos alcanzado la meta y que vale la pena seguir avanzando, tienen una explicación bastante clara.
Y es que el amor sentimental suele venir acompañado de cierta idealización de la persona amada, que magnifica sus cualidades y tiñe con una pátina de cariñosa y entrañable comprensión incluso sus defectos más palpables, cuando no simplemente los ignora.
Por eso resulta casi imprescindible en los primeros momentos.
Pero, por lo mismo, no basta.
El amor romántico
agranda las cualidades
y deja en sordina los defectos
del ser amado.
No la persona, sino sus cualidades
En esta primera fase no se quiere propiamente a la persona única del otro, con toda la maravilla y riqueza interior que necesariamente encierra.
Se quieren más bien sus cualidades: belleza física y atractivo sexual, ternura, serenidad, capacidad de comprensión y comunicación, inteligencia, alegría, iniciativa, optimismo, ganas de vivir…
Son ellas son las que despiertan en nosotros esa suerte de éxtasis placentero, maravilloso y cautivador, que nos eleva a la estratosfera y parece dar un sentido definitivo e irrebasable a nuestra existencia.
Pero, en realidad, al derivar sobre todo de la atracción sensible y los afectos, esta forma de amar genera un conocimiento recíproco todavía muy escaso y periférico.
Como no trasciende el ámbito de la sensibilidad, conduce a conocer con cierta aproximación el cómo, pero no lleva a saber quién es efectivamente aquel o aquella que nos vuelve locos:
♣ por consiguiente, no podemos amarlo (a él o a ella) como verdaderamente es, pues su realidad personal más profunda todavía no ha sido descubierta.
El amor romántico permite conocer
“cómo” es la persona amada,
pero no “quién” es:
no descubre la profunda realidad de su “persona”.
Un amor solo incipiente
La pareja está solo comenzando a caminar unida y aún queda un largo trecho por recorrer.
No detengamos en este punto nuestra andadura, no nos conformemos con lo ya adquirido.
Procuremos hacer que el amor siga creciendo y madurando.
Porque ese presunto amor inigualable está basado en atributos frágiles e inconsistentes, en buena parte comunes a otras personas.
Si permanece en ese estado, tarde o temprano dará lugar a un penoso desengaño, como las luces de bengala dejan sin remedio tras de sí la realidad oscura de un trozo de madera ennegrecida, incapaz de lucir de nuevo.
Hay que establecer cimientos más sólidos: encauzar toda la energía que el amor romántico libera hacia la construcción de un edificio más estable y de más envergadura.
Hay que encauzar toda la energía del amor romántico
hacia un amor de más calidad.
Tomás Melendo / Lourdes Millán
Presidente y vicepresidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es