Infancia… sin necesidad de máster
Crecí en un hogar católico. Mis padres me enseñaron que la persona fue creada a imagen y semejanza de Dios, que el acto sexual sólo es lícito dentro del matrimonio y que era nuestro deber estar siempre abiertos a la vida.
Pero sus enseñanzas nunca fueron verdaderas explicaciones, sino sólo afirmaciones. Nunca me hicieron ver el porqué de las cosas. Su respuesta se limitaba al «porque así lo hizo Dios».
Su respuesta se limitaba
al «porque así lo hizo Dios».
Sin máster, pero suficiente
No los culpo. De hecho, pienso que la mayoría de las personas no comprenden de veras la hondura y la belleza de la sexualidad humana y la dignidad de la persona.
Pero, a pesar de la falta de explicaciones, esas enseñanzas calaron muy hondo en mi corazón. No necesité nunca aclaraciones filosóficas ni científicas; no me hacía falta ningún máster. Mi propia dignidad me decía que las cosas debían ser así.
Esas enseñanzas fueron un mapa que me ayudó a navegar en una cultura que había abandonado por completo sus principios y propósitos.
Muchas personas no comprenden de veras
la hondura de la sexualidad humana y la dignidad personal.
Mi matrimonio y mi familia antes del máster
Después me casé y tuve dos hijas. Mi esposo y yo nos mudamos a otra ciudad, y por primera vez en mi vida supe lo que era la soledad. Me sentía aislada, criando a mis hijas sin ayuda, frustrada y fracasada.
Aunque algo dentro de mí insinuaba que el trabajo de esposa y madre es una vocación grande y digna, la cultura de mi entorno no cesaba de repetirme que me estaba «desperdiciando», y que no aportaría nada al mundo mientras me mantuviera encerrada cuidando de los míos.
Algo dentro de mí insinuaba
que el trabajo de esposa y madre
es una vocación grande y digna.
En mi muro de las redes sociales empezaron a aparecer estudios «científicos», donde se aseguraba que los hijos de mujeres que trabajan fuera de casa tienen más éxito en la vida. Otros sostenían que las mujeres que no se dedicaban completamente al hogar, su esposo, y sus hijos, eran más felices, tranquilas, y se frustraban menos.
La conclusión era obvia: quedarse en casa cuidando a los hijos va contra la naturaleza femenina. Las mujeres fuimos hechas para la vida laboral.
¡Que se encarguen de los hijos la guardería y el gobierno!
¡Que se encarguen de los hijos
la guardería y el gobierno!
Mi matrimonio y mi familia muy poco antes del máster
Por alguna razón, esos estudios no terminaban de convencerme. Por un lado experimentaba la frustración de no ser exitosa profesionalmente; por otro, sentía que no podía abandonar a mis hijas, ni a mi marido, ni a mi hogar, y dejar todas esas responsabilidades en manos de otros.
En ese estado de confusión me mantuve varios años.
Me alejé de la Iglesia, mi marido y yo comenzamos a cerrarnos a la posibilidad de tener más hijos. Poco a poco, la mentalidad anticonceptiva se adueñó de nuestras vidas. Yo buscaba sólo mi realización personal, mi marido se sentía frustrado por cuestiones económicas, y comenzamos a percibir a los futuros hijos como un estorbo para alcanzar el nivel de vida que deseábamos.
Nuestra relación empezó a sufrir y deteriorarse. La vida y las relaciones personales mutuas se fueron extinguiendo y comenzamos a trenzar nuestros días en torno a relaciones sociales, políticas y económicas.
Yo sentía que a nuestra familia le faltaba el alma.
Nuestra relación empezó
a sufrir y deteriorarse.
Yo sentía que a nuestra familia
le faltaba el alma.
Un máster luminoso
A las pocas semanas de ingresar en el máster, mi mentalidad cambió de manera drástica. Ahora sabía exactamente de dónde venía mi frustración.
Al conocer qué es la persona, su propósito, cómo funciona nuestra afectividad, nuestra manera de aprender, qué es la educación, el amor, la vida…, advertí que la mía estaba vacía de trascendencia. Nos movíamos como robots en una máquina social.
Nos movíamos como robots
en el engranaje social.
El máster me ha devuelto la vida, una vida de sentido. He descubierto lo que es vivir poéticamente, con sentido de trascendencia.
Las enseñanzas del máster me han dado un marco de referencia que me permite discernir, juzgar con claridad y razón las presuntas novedades y las ideologías «modernas».
Ahora tengo convicción y no me muevo al ritmo de mi cultura, sino que estoy firmemente plantada en todo aquello que es verdadero y bueno, y que no está a merced de los cambios culturales.
El máster me ha devuelto la vida, una vida con sentido.
He descubierto lo que es vivir poéticamente,
con sabor de trascendencia.
Al amparo del amor, tras las huellas del máster
Mi hogar se ha transformado. Estamos abiertos a la vida, vivimos para el amor. Nuestro mundo gira alrededor del servicio y no del poder. Nuestros hábitos ya no son los mismos.
Tengo la convicción de que soy capaz de dar a mis hijas una buena educación afectiva, moral, espiritual y académica. Una educación basada en la verdad, la bondad, y la belleza.
El máster ha sido más que un curso académico, ha sido un rayo de luz que ha iluminado hasta los rincones más íntimos y personales de mi vida.
Más todavía que un curso académico,
el máster ha sido un rayo de luz que ha iluminado
hasta los rincones más íntimos y personales de mi vida.
Un máster multidisciplinar
Ver el fenómeno de la familia desde diferentes perspectivas, como la biología, la psicología, la antropología, la filosofía y teología, y ver cómo todo encaja, cómo va dibujándose un rompecabezas donde antes sólo había fragmentos sin conexión, ha sido una fuente de paz y de armonía.
La enseñanza del máster llega al corazón de lo que significa ser humano. Toca la realidad más profunda de lo que es ser humano en relación con otros y con Dios.
La familia es esencial para la persona, la cultura, la comunidad, la Iglesia y el mundo.
La enseñanza del máster llega al corazón
de lo que significa ser humano.
Mucho más que un máster
Temo que este testimonio no hará justicia a la enseñanza tan profunda, hermosa y verdadera del máster. No puedo expresar correctamente cómo este curso me ha salvado y me ha llevado a una relación más profunda y completa con mi esposo, mis hijas, mi familia, y mi comunidad. En gran parte, el máster nos ha salvado de cometer los errores propios de nuestros tiempos.
Volveré siempre al máster para profundizar más en sus asignaturas, ya que estoy segura de no haber rasgado ni la superficie de la profundidad de su enseñanza.
Ahora ya sé el porqué de aquello que es esencial, y, aunque me pesa no haberlo sabido antes, estoy inmensamente agradecida con el conocimiento que se me ha dado.
Ahora conozco el «porqué» de lo esencial y,
aunque me pesa no haberlo sabido antes,
estoy inmensamente agradecida
con el conocimiento recibido en el máster.
Carolina Villanueva
(Phoenix, Arizona)