Fe y esperanza en el hombre
Me encuentro dando los últimos pasos de este apasionante máster en ciencias para la familia. No es fácil sintetizar todo lo que me ha aportado, pero si tuviera que hacerlo en una frase diría que en estos años “ha aumentado mi fe y mi esperanza en el hombre”.
Vivimos momentos en los que no es difícil perder la esperanza.
Ayer mismo amanecimos con la triste noticia del asesinato de una misionera española en la República Centroafricana. Fue degollada en el mismo lugar donde “gastaba” su vida enseñando a coser a los más pobres de ese rincón olvidado del mundo.
Una noticia más del carrusel que escuchamos diariamente y que invita a perder toda esperanza en un hombre —el contemporáneo— que ha eclipsado a Dios y por eso, precisamente por eso, ha dejado de ver también al prójimo.
Vivimos momentos en los que no es difícil
perder la esperanza.
Una antropología que genera esperanza
Agradezco enormemente el extenso y completo abordaje que se nos ha brindado en estos dos años a la antropología, en la que uno encuentra razones para la esperanza, al contemplar la maravilla que supone cada nueva vida humana.
Nos situamos en la cúspide de la creación y por eso estamos capacitados para actuar de manera buena e incluso sublime.
♦ Es cierto que podemos elegir vivir infrahumanamente o, mejor dicho, somos capaces de actos “humanos pero no personales”.
♦ Pero eso no niega nuestra verdad ontológica, que nos capacita para una vida virtuosa, plena y feliz, pudiendo llegar, si nos dejamos ayudar por la gracia, a comportamientos llenos de heroísmo y santidad.
Nuestra propia verdad ontológica
cimienta la esperanza
de alcanzar la plenitud como personas humanas.
Esperanza en la familia
Otra idea capital es la importancia suprema para el hombre que tiene la familia.
Es otro motivo capital para la esperanza: la familia es el medio donde aprendemos a sabernos personas y comportarnos como tales, de tal suerte que cabe afirmar que si no hay familia, es muy complicado que haya persona o, al menos, persona cabal, desarrollada.
Nacemos necesitados del calor y afecto de una familia que desde al amor, nos enseñe a ser y convivir como personas. Por eso no es exagerada la frase de san Juan Pablo II: “el futuro de la humanidad está en la familia”.
El futuro de la humanidad está en la familia.
Esperanza… ¡y cariño!
Hay un precioso libro titulado: Martes con mi viejo profesor, en el que se halla una de las mejores definiciones que he encontrado del hombre.
Entre los muchos consejos que el viejo profesor Morrie comparte con un antiguo alumno, aparece una descripción brillante y acertada de la persona humana:
«El hombre es un ser que cuando nace necesita cariño, en sus últimos años necesita cariño y entre medias… también».
Absolutamente cierto. Somos seres necesitados de caricias, de abrazos, de besos, de palabras cariñosas, y esta indigencia afectiva nos acompaña toda la vida.
Es tan verdadera esta afirmación, que sin el calor afectivo es inviable nuestro normal desarrollo físico y mental.
♦ No basta, por tanto, alimentar a un bebé para que crezca sano.
♦ Nuestra necesidad de ternura es tan radical que el déficit afectivo suele comportar también carencias de tipo cognitivo y conductual.
El hombre es un ser que cuando nace necesita cariño,
en sus últimos años necesita cariño
y entre medias . . . ¡también!
Esperanza con fundamento racional
Según he sugerido, se trata de una verdad que ya compartía, pero ahora soy capaz de dar razón de mi convicción.
He de reconocer que la información recibida en el máster en torno a esta dependencia tan radical del hombre respecto a la experiencia del amor familiar, me ha empujado (a mi mujer e hijos también) a introducirnos en una realidad hoy día bastante silenciada.
Me refiero a los miles de niños y jóvenes que tras ser “arrancados” de su familia biológica por no cumplir los padres con el deber de cuidar con dignidad a sus hijos, son criados en enormes centros de menores, donde la Administración se responsabiliza de ellos.
Brindar esperanza a través de la acogida
Una persona concreta
Conocimos a Patricia, joven de 14 años, que desde los dos meses de vida está bajo la tutela de la Junta de Andalucía. Nos explicaron en qué consistía el régimen de “acogida” y una vez hablado con nuestros hijos decidimos adentrarnos en la “aventura”.
Desde entonces Patricia pasa todos los fines de semana y periodos vacacionales con nosotros, y eso le está permitiendo tener la experiencia de lo que significa vivir en una familia estructurada, donde se le ofrece ayuda y cariño desinteresado: le abrirá las puertas a la esperanza.
Viendo el enorme bien que esta nueva situación está procurando a Patricia, me gustaría proponer que desde el máster se hablara de esta realidad, presente en todas las comunidades de España y en todos los rincones del mundo.
Una situación generalizada
En Andalucía hay más de 20000 menores que viven en Centros de Acogida para menores. Miles de menores que desconocen el amor de un padre y de una madre y en la mayoría de los casos también el de los hermanos.
He tenido la oportunidad de conocer el extraordinario buen hacer de muchos de los profesionales que en nuestra ciudad gestionan la vida de estos muchachos.
Pero es obvio que por buenos educadores, psicólogos, asistentes sociales… que los atiendan, la ausencia de un hogar, del amor familiar, los convierte en personas en clara desventaja para afrontar su futuro. Fuera de una familia tiene que hacer “mucho frío”.
Fuera de una familia tiene que hacer “mucho frío”.
Brindar esperanza desde el máster
Pienso por eso, como decía, que este máster pudiera ser una magnifica plataforma desde donde se presentara esta realidad, que ayudara a reflexionar sobre la posibilidad de colaborar, de abrir nuestras familias para que otros puedan tener experiencia de amor familiar.
El máster podría convertirse en un semillero de esperanza.
Paola Binetti, pedagoga y especialista en ciencias de la familia afirma:
«la necesidad de familia es tan radical y en su ausencia se experimenta un desplazamiento tan profundo que le hace a uno sentirse extraño en cualquier lugar».
Y en la actualidad hay miles de niños y jóvenes que están condenados a sentirse “extranjeros” en cualquier lugar. Ojalá este máster pueda servir para animar de manera explícita a familias a convertirse en familias “acogedoras”.
La necesidad de familia es tan radical
y en su ausencia se experimenta un desplazamiento tan profundo
que le hace a uno sentirse extraño en cualquier lugar.
Miguel Ángel Martínez Dalmau
Córdoba, España
(Testimonio expuesto en el foro)